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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Si esto es Ia anarquía, yo me borro

Siempre había pensado, en mi más atrevida versión ácrata, que la mejor autoridad es la que no existe. Por sistema abomino del poder que es ejercido contra mí, si bien -no lo puedo evitar- soy bastante más tolerante con el que aplico a los demás. El poder ajeno me parece una intromisión inaceptable en mi faceta individualista y en la privacidad que es mi más preciado bien. Quizá sea una sencilla fórmula «indignado-burguesista» de explicar la vida y las relaciones con los que mandan y los que son mandados, pero así es la vida y los mandamases siempre me han caído mal, al igual que los guardias de la porra, los «gorrillas» de los aparcamientos, los porteros de discoteca y hasta los acomodadores del cine, cuando existía tal empleo.

Con este preámbulo se supondría que en Alicante estoy ahora mismo como pez en el agua, sin nadie que mande. Pues no, es justamente lo contrario, veo la situación con un desasosiego en el que no me reconozco. Me hago a menudo una pregunta: ¿es el Ayuntamiento de Alicante lo más desastroso del orbe cristiano? Pues quizá, sí. Yo no es que vaya mucho por ahí, de hecho llevo sin visitarlo años, pero conozco bien la casa de cuando me tocó la china de ejercer unos cuantos años de cronista municipal, y me cuentan algunos funcionarios sobre los que pondré una capa de invisibilidad, no sea que los fulminen, que nunca, nunca, han vivido una situación y un desbarajuste de tales dimensiones. Bíblicas, por lo menos.

Decía un viejo profesor mío que el desorden es la ecuación de sumar orden más contraorden. Pues de eso saben mucho todos los funcionarios municipales que tienen la cabeza hecha un lío entre los cabezas de cartel y los asesores, cada cual queriendo demostrar que manda, pero sin el poder suficiente para llevar sus decisiones a las últimas consecuencias. Está bien, incluso muy bien, que no haya una mayoría absoluta que decida cómo debe ser el futuro de la ciudad, por ejemplo marcando rayas en los planos del Plan General. Para estas cosas viene de fábula el consenso, que además evita las corruptelas, porque no es lo mismo untar a uno que a tres y evitar simultáneamente que los otros dos se enteren de las cantidades que han entrado en tu bolsillo. Hay maestros del unte para quienes no suponía otrora una barrera insalvable financiar a la izquierda, a la derecha y a la vez dar besitos a la ultraizquierda, pero quizá ya no sea tan sencillo.

Pero si que haya muchos en una mesa para algunas cosas está bien, que en esa misma mesa se tenga que decidir en negociaciones extenuantes si los bolígrafos Bic que se compran son de punta fina o de trazo normal, si con tinta azul o negra, es ya un desgaste. Y sobre todo, que los miembros del equipo de gobierno no es que se lleven mal, es que directamente se odian, nos lleva al hecho de que hay tres administraciones distintas en el mismo ayuntamiento, cada cual con sus partidarios (unos de pago y otros de ideología) y con la intención de no hacer prisioneros.

No es serio un alcalde que responde con twitters a los desaires de sus socios, pero a dónde habrá llegado la cosa para que tenga que utilizar esos canales de comunicación. Tampoco se escandalicen, no hay nada nuevo bajo el sol excepto las nuevas tecnologías; les mencionaba más arriba que he sido muchos años cronista municipal y recuerdo como si fuera hoy cómo Lassaletta me utilizaba (hombre, también lo utilizaba yo a él en un bilateral quid pro quo) para meterse con su archienemigo: el archivillano Valenzuela, o cómo el llorado Antonio Moreno desenfundaba en la prensa contra todo lo que se moviese; o la oposición pepera, si vamos a ello; o el mismísimo «Kremlin», el grupo comunista municipal, maestros del «agit-prop», táctica que se les daba de miedo en coalición con algunas asociaciones de vecinos (para los más jóvenes aclarar que la agitación y la propaganda es una fórmula soviética para influir sobre la opinión pública).

Me consuelo pensando que ese pasado de desencuentros tenía más que ver con diferencias ideológicas que con diferencias personales, como es el caso actual, aunque había enemistades muy africanas (recuerdo dos bofetadas célebres en una misma legislatura socialista, las dos con el mismo perjudicado). Sin embargo, es evidente que antes se podían odiar pero el más fuerte decidía, ahora se odian igualmente pero nadie tiene el poder de pegar un puñetazo encima de la mesa.

Más política y menos postureo; más comunicación y menos «twit». Cualquier asesor les debería recomendar eso, en vez de atizar el fuego para demostrar quién de verdad manda. Porque mandar, lo que se dice mandar, manda Mr. Kaos.

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