Un mal día de finales de agosto de 2006 acepté la invitación de Paco Esquivel para ver en su casa la final de la Supercopa europea. Se enfrentaban un equipo vestido de blanco, que recordaba al odiado Real Madrid, y mi Barça de Ronaldinho. Ingenuo de mí creí que a partir de entonces nuestras relaciones iban a ser cordiales pero sí, sí?

Los prolegómenos de la velada en casa de los Esquivel resultaron acogedores ya que Emi, un encanto que Paco no se merece, nos trató maravillosamente. Cosa que no hizo mi compañero de columna ya que cuando Renato, Luis Fabiano y Palop se empeñaron en aguarnos la fiesta a los culés, el forofo Esquivel (seguro que lo cuenta con pelos y detalles ahí al lado) no paró de meterse conmigo y con el Barça cada vez que los sevillistas metían un gol (y nos colaron muchos). Esa noche de walpurgis Esquivel, cual Paul Naschy, se transfiguró en el malvado Waldemar. Yo, que soy muy rencoroso, nunca olvidé esa afrenta de la que todavía no me he recuperado. Cuando el año pasado les ganamos la emocionante Supercopa europea por cinco a cuatro, le llamé para sacarme la espina pero su contestador me avisó que Paco Esquivel, ese día, no estaba para nadie? Lógico.

De cara a la final de la Copa del Rey, con el Barça triunfador en la Liga y el Sevilla justo vencedor otra vez de la Europa League, aunque los defensas sevillistas jugaron una especie de fútbol-balonmano, Paco, te lo advierto, no vas a poder eludir mi «felicitación» envuelta en una estelada. Y, además, por si fuera poco, como mi reciente operación de hernia no permite a Luis Enrique alinearme en ese decisivo encuentro, acabo de hablar con Messi, Suárez y Neymar para contarles la humillación a la que me sometiste hace ya casi diez años. Y los tres, con Iniesta, Busquets y Piqué a la cabeza, me han prometido venganza.