Repartidos por el mundo, muchos de los que hoy son y algún día fuimos jóvenes hemos tenido la oportunidad de formar parte, acaso por unas semanas, de la vida de Miguel de la Quadra-Salcedo. Nos hemos levantado cada mañana en algún lugar de la vieja España y del nuevo mundo al grito de «Expedicionarios». Así nos llamaba Miguel, con su voz radiofónica, grave y embaucadora. Para mí han pasado 27 años desde mi expedición al Orinoco, para otros su expedición es solo un proyecto en un papel, una composición musical, una escultura, que aún han de ser evaluadas para, quizá, formar parte de la expedición de este año 2016. Durante las expediciones, Miguel parecía multiplicarse para estar presente en todas y cada una de las mil incidencias y eventos que día tras día surjen en estos viajes iniciáticos, otrora llamados Aventura 92, hoy Ruta Quetzal BBVA. Recuerdo verle hablar en el corazón de la selva con un primitivo teléfono móvil, tamaño caja de zapatos, mientras hacía señas al grupo indicando algún peligro o un sendero a seguir. O comer un bocadillo con una mano mientras sostenía un itinerario de viaje en la contraria... al tiempo que nos contaba cómo Celestino Mutis hizo el primer inventario de la flora en las tierras conquistadas. Aquellas semanas, compartidas y también sufridas, han hecho de aquellos adolescentes de entonces personas que nunca imaginamos ser. A través de las vidas de nuestros compañeros y compañeras de viaje nos reinventamos y convertimos en lo que hoy somos. Quizá (casi seguro) más irreverentes, pero también más sabios y más críticos. Miguel, abuelo paciente en cada cuento, héroe en cada aventura relatada, padre en cada consejo, en cada bronca también, nos hizo ver la vida desde un punto de vista alejado de nuestra visión diaria: más humano, más precario, más atrevido. Su frase «aprended a vivir con la incertidumbre» me acompaña cada día y en cada decisión, porque lo importante no es vivir, sino cómo lo vives. Su persona trasciende por encima de su personaje: profesor a través de la experiencia, periodista en su grado más elevado, deportista de élite y, sobre todo, su faceta de mecenas de tantos y tantos proyectos educativos y de investigación. Del atleta que fue, del periodista insurrecto y atrevido, del aventurero sin tapujos, nos queda su figura acaso irrepetible. Hoy estamos de luto solo porque se nos va el cuerpo de Miguel, pero estamos de enhorabuena porque sus consejos y su vitalidad le sobrevivien a traves de sus expedicionarios: los de ahora, los de antes, y los que vendrán. Hasta luego, abuelo... abuelo Miguel.