El 16 de febrero de 1936, una gran coalición de partidos de izquierdas, lo que en lenguaje actual podríamos llamar «polipartito», denominada Frente Popular, ganó las elecciones. Esta coalición o Frente Popular estaba integrada básicamente por Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Socialista, en representación del mismo y de la Unión General de Trabajadores; Federación Nacional de Juventudes Socialistas, Partido Comunista, Partido Sindicalista y Partido Obrero de Unificación Marxista.

La historia posterior ha demostrado la ineficacia política de tremenda coalición con luchas internas interminables. Decimos todo esto porque gobernar en coalición con otros partidos, aunque sean afines en ideología, es harto complicado.

Si en algo se ha caracterizado nuestra última etapa política, tanto a nivel nacional, como municipal y autonómica, ha sido la fuerza con la que han entrado las formaciones que se estrenaban en unos comicios. En muchos casos, han obtenido unos resultados que hasta hace poco sólo estaban al alcance de los partidos tradicionales. Pero, sobre todo, la gran afluencia de partidos y lo repartido de los votos hacen que en numerosos ayuntamientos y parlamentos autonómicos sea necesario reeditar ejecutivos tripartitos e incluso cuatripartitos para alcanzar la mayoría absoluta.

La experiencia de las coaliciones, tanto en España como en el contexto europeo es que o se parte de un programa de gobierno compartido y sólido, con alguien con el peso suficiente como para servir de guía, o tendremos un instrumento para la ineficacia y la inestabilidad. No digamos si lo único de que se trata es de salvar posiciones personales o de ir comiendo el terreno a los socios como instrumento prioritario. Una coalición, para servir al pueblo, requiere unos objetivos que puedan ser aceptados y servidos con lealtad por todos los coaligados durante el tiempo necesario para que la acción de gobierno surta efecto.

Hemos visto muchas coaliciones que de hecho se han organizado en ayuntamientos y autonomías, no para llevar a cabo una tarea de gobierno, sino para impedir que otros lo hagan: tripartitos, cuatripartitos o pentapartitos que lo único que tienen en común es el «anti», y con el «anti» no se gobierna, ni con vagas apelaciones retóricas como el cambio tampoco. Decir que los españoles han votado cambio puede sonar bien, pero, cuando resulta que todos los que han sacado votos pidiendo cambio, pedían y piden un cambio distinto, no resulta sencillo combinar esa variedad en un único programa de acción.

En nuestra ciudad tenemos un ejemplo práctico de un gobierno municipal tripartito, donde convergen: PSPV-PSOE, Compromís per Alacant y Guanyar. Ya son varias las ocasiones en que el tripartito de Alicante saca a relucir sus diferencias e incluso se sitúa al borde de la ruptura. Recordemos los incidentes con Gloria Vara, los de Marisol Moreno, condenada por injurias a la Corona, y Nerea Belmonte, expulsada del grupo municipal por dar contratos a compañeros de su partido. Atrás quedan las palabras del señor Echávarri saludando a un nuevo tiempo político con loas a la «altura de miras» de quienes iban a ser sus compañeros de viaje en el gobierno tripartito.

A punto de cumplir 40 años de democracia, España desconoce lo que implica un gobierno de coalición a nivel estatal. El marco constitucional y las reglas del juego favorecen un bipartidismo tan marcado que «impide que se forme un ejecutivo de este tipo. Pero las cosas cambian. Las horas bajas que atraviesa el bipartidismo y la aparición en escena de Podemos y Ciudadanos hicieron que el año pasado muchos, entre ellos Felipe González, pusieran encima de la mesa el debate sobre una gran coalición a la alemana entre PP y PSOE. Cierto es que la irrupción de Ciudadanos ha dejado a un lado esta opción -una utopía en el escenario tradicional, pero surgen otras en torno a este partido.

Debemos tener en cuenta también un elemento cultural. En España, pactar o dialogar se entiende como un síntoma de debilidad, cuando en realidad es lo que más fuerza le da a la política. Un gobierno de coalición genera mayores espacios de diálogo y le otorga mayor legitimidad a las políticas. Pero para poder gobernar en coalición (tripartitos, cuatripartitos o pentapartitos), los gobernantes deben tener unas miras muy altas. Deben practicar política de alto nivel y además una política que solamente se debe centrar en servir a España y a los españoles. Hasta ahora solamente hemos visto políticas de las que yo denomino «anti», es decir, gobernar «anti» otro partido.

Solución: un relevo de personas. Que en el panorama político entren gentes nuevas con otra forma de hacer política más favorable para el país. Pero ¿donde están esas gentes nuevas?

Hago mías unas palabras del gran periodista Andrés Aberasturi: «Deberían irse todos, los 350 elegidos en las pasadas elecciones y hacer nuevas listas con nombres nuevos, con gente dispuesta a pensar en España y no en sus partidos».