La escritura-terapia es una técnica recomendada para aclarar nuestras ideas y desarrollar la introspección de forma sencilla. Se trata de un modo de acceder a nuestro mundo interno, de forma similar a como lo hace el mindfulness o la meditación.

Escribir acerca de cómo nos sentimos, nos aporta una perspectiva diferente. No se trata de perseguir la calidad literaria, sino de ser realmente transparentes y honestos. Así, potenciamos nuestro autoconocimiento y podemos identificar incoherencias que cometemos entre lo que pensamos y sentimos, y las conductas que llevamos a cabo diariamente.

Desde la perspectiva del psicoanálisis, podríamos decir que en la escritura-terapia, el superyó juega un papel fundamental. Recordemos que, según Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, nuestro psiquismo puede dividirse en tres instancias: El ello -compuesto por los impulsos inconscientes-, el superyó -que incluye las normas, reglas y prohibiciones parentales-, y el yo -que media entre los dos anteriores buscando un equilibrio-. Pues bien, en la escritura-terapia, el superyó es capaz de autoevaluar nuestras conductas. El yo, por su parte, logra integrar esos comportamientos con nuestros sentimientos e impulsos. Incluso motivaciones inconscientes del ello podría salir a la luz.

Sin embargo, existe una aplicación, si cabe, más interesante, de esta interesante técnica: darnos a conocer. Una de las características que encontramos en las parejas con dificultades para la convivencia es que se conocen poco. Puede ocurrir que dediquen horas y horas a hablar de sus problemas, pero que esto se acabe convirtiendo siempre en una excusa para culpar al otro, para pedirle cambios, o para quejarse. Esta manera de proceder tan sólo refuerza la distancia entre ambos, genera en el otro, actitudes de alejamiento/ataque como modo de protegerse de los reproches y fortalece el hábito de pensar que los problemas están siempre en el otro y nunca en mi. En cambio, cuando transmitimos, por medio de la escritura todo aquello que sentimos de forma meramente descriptiva, sin juicios ni acusaciones, logramos ser entendidos y, por ende, aceptados.

Si en lugar de negarnos, por ejemplo, a una invitación, transmitimos por medio de un texto nuestros motivos, nuestros miedos, seremos comprendidos con más facilidad. También nos ayudará a ser más objetivos narrar en pasado y en tercera persona, tal y como se desarrollan la mayoría de las novelas. Nos referimos a algo como esto: «Aquella mañana, al recibir la invitación, él sintió miedo. Sabía que aceptarla podría generar nuevos conflictos. Por otra parte, quería permitirse el riesgo. Acudir podía suponer el impulso que tanto tiempo llevaba esperando». Estas palabras, este juego, permitirá al otro comprender mucho mejor la situación. Convertidos en personajes, resulta menos doloroso mirarse a los ojos y conocerse.