Hace unos días, cuando le presentaba en la Sede Universitaria al doctor Francisco Mas-Magro su libro sobre la presencia e historia desde 1440 de los Franciscanos en Alicante, cité una frase del fundador de esa orden, San Francisco de Asís, que delataba ser el primer vegetariano conocido de la historia al manifestar, recordemos que en el siglo XIII, lo siguiente: «Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos».

Para el patrono de los ecologistas aunque estos resulten hoy en día muy laicistas y poco clericales, pionero en la defensa de la naturaleza, que llegó a predecir que el hombre acabaría destruyéndola con sus actos, el tema del amor a los animales estaba tan claro que también escribió algo que hoy en día sorprenderá a muchos por su vigencia: «Dios le dijo al hombre que podía tomar los animales que sólo necesitara hasta encontrar mejor solución, no para caprichosos vestidos o hacerlos sus esclavos o su entretenimiento».

Vivimos una época en la que hay voces antitaurinas sin ahondar en más cuestiones, únicamente en el maltrato animal, que no sólo quieren prohibir las corridas de toros sino la suelta de vaquillas, los circos con fieras y hasta la existencia de acuarios porque los animales se estresan.

Efectivamente existe el estrés animal pero que lleva mucho más lejos que unos ejemplos tópicos destinados al ocio cuando no se alude a otras prácticas mortales como la caza, el tiro de pichón o las fiestas de la matanza del cerdo.

No digamos ya cuando los animales sufren tortura hacinados inmóviles meses en las granjas avícolas o transportados durante horas en camiones al matadero, o en los viveros de mariscos, o los peces en los barcos hasta que mueren por asfixia. ¿Por qué no consideran esto maltrato para unos animales sin casta ni peligro de matar como los toros?

Yo me pregunto si no se estresan los perros encerrados horas en terrazas y garajes, paseados a tironazos con correa y bozal, o los caballos con las monturas y corriendo a golpe de fustazos y espuelas, o las mascotas soportando los ataques de los niños que las consideran un juguete, las peceras domésticas y tantos ejemplos más que hablan de nuevo de hipocresía, de postureo y en el fondo de una estrategia de enfrentamiento político.

Los animales como cobayas que se utilizan en las investigaciones médicas también sufren pero son de una importancia enorme en el estudio para combatir determinadas enfermedades que matan al ser humano; y «animalitos» como el picudo rojo, la procesionaria o el tomicus resultan un peligro para nuestros bosques que debemos exterminar.

Las aves pueden provocar accidentes aéreos y aquí sí que vale, lógicamente, utilizar halcones para acabar con ellas cerca de los aeropuertos como no hay reparos en castrar a los gatos o esterilizar a las palomas.

Pero si a ciertos políticos y políticas se les llena la boca de animalismo y no piensan en las personas, que de momento subsistimos como seres más o menos racionales, las cosas no me encajan por culpa de esa demagogia barata que padecemos a menudo.

Me pregunto si no se estresan las personas que duermen en la calle, portales o cajeros automáticos porque ninguna Administración Pública les procura un techo nocturno y es casualmente Cáritas o Cruz Roja quienes les llevan bebidas calientes y bocadillos; o aquellos que bajo un hogar precario no tienen para comer y subsisten del Banco de Alimentos, todo entidades privadas.

Me duelen en las entrañas las colas del hambre pero me gustaría que con una parte de mis impuestos, a menudo dilapidados en chorradas y sueldazos para mediocres, se hicieran comedores sociales, albergues estables para gentes verdaderamente necesitadas, hogares para drogadictos y enfermos terminales sin recursos, asilos para ancianos con pensiones de mala muerte, bolsas de alimentos y de juguetes para niños malnutridos que no saben lo que es un santo, un cumpleaños ni los Reyes Magos.

Y si hay picaresca, se puede perfectamente detectar quién hace de la mendicidad un negocio y sólo atender a quienes demuestren una residencia estable en nuestros municipios y unas necesidades reales y constatables.

Yo amo a los animales, sobre todo perros y caballos, pero soy carnívoro y veo políticas de enconamiento y mucha incongruencia cuando parece que el maltrato animal solo se da en la tauromaquia que genera trabajo y riqueza mientras no parece interesar el estado de miles de seres humanos que lo que padecen es paro y pobreza.