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Marc Llorente

Un cuento relatado por idiotas

Al nacer se llora porque entramos en este vasto manicomio. La historia interminable sigue. Sonrisas y lágrimas brotan ante el paisaje político, social y económico. Las palabras pueden estar llenas de falsedad o de arte. La mirada es el lenguaje del corazón, y algunas espantan o llevan puñales. Ahora bien, si quieres saber cómo viven los peces, observa a las personas. Los grandes se comen a los pequeños. Peor aún es si los pequeños les aplauden. El desdichado no tiene otra medicina que la esperanza y dar un puntapié al político que lo merezca. No basta levantar al débil, hay que sostenerlo, no exprimirle más y recetarle vitaminas. Excelente cosa es tener la fuerza de un gigante, pero usarla mal es de tiranos o de golfos de cinco estrellas. ¿Qué es mejor, sufrir ultrajes o cambiar de ruta? Ningún legado es tan rico como la honestidad, mágica expresión que suele brillar por su ausencia. Deberían pensar algunos que quien se eleva demasiado cerca del sol con alas de oro las funde. Fuertes razones, hacen fuertes acciones. El demonio nos trae la perdición envuelta en dones sociales que parecen prósperos. Bueno es ser verídico sinceramente. Así, tan cierto como que la noche sigue al día, hallarás que no puedes mentir a nadie. Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus afirmaciones si no pretendes que la maldita hemeroteca te deje con las nalgas al aire. No obstante, el sabio no se lamenta. Repara el daño hecho. Aun en el día más borrascoso, las horas y el tiempo pasan. Las amenazas de más recortes, sin embargo, continúan. Eso sí, el fuego puede chamuscar al que lo enciende. Ser honrado tal como anda el mundo, equivale a ser una persona escogida entre diez mil. El destino baraja las papeletas y nosotros las volveremos a introducir en las urnas. Tengo miedo de tu miedo a la hora de pensar y votar. Iglesias y Garzón hacen el amor, no la guerra, con dos botellines de birra, y el resplandor alienta después de la lluvia. ¿Somos dueños de nuestro destino? ¿Dormir? Tal vez soñar. Asuman una virtud, pide Hamlet, queridos políticos y mandamases, para que la cosa no sea un cuento lleno de palabrería y frenesí. Un cuento relatado por idiotas.

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