En la clásica distinción de Oakeshott que separa dos grandes tradiciones en la política occidental, Podemos está alineado con los partidarios de la política de la fe frente a los que se inspiran en la política del escepticismo. La suya no es una política que parta de reconocer el carácter problemático de la realidad y se ejecute gradualmente, en términos medios, de forma posibilista. Es una política de extremos, de todo o nada, en la que todo es la hegemonía, que se sustancia en el ejercicio del poder con las menores limitaciones y, en la medida de lo posible, libre de controles incómodos.

Un rasgo característico de la política del todo o nada es la impaciencia. Cuando plataformas muy diversas y ciudadanos indignados con la crisis y los abusos confluyeron en el movimiento del 15M, guiados por un espíritu de rebelión cívica, y discutían qué hacer, los futuros dirigentes de Podemos vieron en aquella movilización una gran oportunidad para sus planes y no tardaron en ofrecer un liderazgo y una organización a quienes quisieran seguirles. El deseo de Podemos de quererlo todo y quererlo ya ha vuelto a expresarse en la unión electoral con IU. Las dos fuerzas tienen grandes coincidencias ideológicas y estratégicas en la política española. Sin embargo, la coalición que han formado no parece ser el producto de una colaboración, sino el resultado forzado de las circunstancias, por un lado el riesgo de IU de quedar fuera del parlamento y, por el otro, el previsible revés electoral de Podemos.

Hacer una coalición para sacar el máximo rendimiento al sistema electoral es una prueba de inteligencia política, pero sin la actitud cooperante que requiere se puede transformar fácilmente en una fuente de conflictos y una frustración. Los firmantes justifican el pacto más como un medio para desbancar al PP que como la manera de impulsar un programa de gobierno compartido. Los líderes de Podemos han tenido la última palabra sobre la denominación, las listas y la campaña electoral por separado, y la han usado con el propósito de hacer invisible a IU. Para muchos dirigentes y seguidores de ésta, Podemos es la IU que no pudo ser, pero para Podemos la existencia de Izquierda Unida no deja de ser un pequeño incordio, que retrasa su avance hacia el objetivo principal. Si la coalición obtiene un buen resultado electoral, los estrategas de Podemos concluirán que IU ha sido absorbida y que eso es un paso más.

El PSOE supone una mayor dificultad en el camino de Podemos. Puede que para sus dirigentes sea el último bastión a derribar del viejo sistema de partidos. En la pugna de Podemos con los socialistas el Partido Popular, por el contrario, hace de contrapunto ideológico y resulta de gran utilidad para polarizar al electorado y hundir a los partidos moderados, de derechas y de izquierdas. El intento de Podemos de perturbar al PSOE, aprovechando la debilidad de su liderazgo y el abandono de una parte importante de sus apoyos electorales, es constante. Y la dirección socialista ha acabado por admitir que se equivocó con Podemos, aunque las declaraciones de sus miembros suscitan dudas de si realmente ha comprendido dónde estuvo el error y el desafío que se le plantea. Las palabras con las que Pedro Sánchez definió a su partido como el centro-izquierda las despejan en parte, pero hace falta saber con claridad lo que se propone el PSOE respecto a la gobernación del país y en relación con Podemos.

El hecho es que ninguna proyección electoral excluye la posibilidad del sorpasso. Las elecciones del 20 de diciembre no resolvieron las tensiones políticas acumuladas durante la crisis. Y vista la política contenciosa que practica Podemos y las escaramuzas internas habidas en varias federaciones del PSOE, está por ver que se vayan a resolver el 26 de junio. Al menos, tendría que darse un resultado meridianamente claro. Pero no es el previsto.