Se discute si la socialdemocracia -que ha llevado adelante un histórico proyecto de organización social desde sus profundas raíces en el movimiento obrero- sigue viva o se trata de un proyecto agotado. En la presente coyuntura de crisis y de desplazamientos ideológicos y políticos, son muchos los que se apresuran a celebrar su declive o incluso su extinción, sea por parte de los voceros de la derecha neoliberal, sea por confusos movimientos radicales, a derecha e izquierda, a los que se suman populismos de diferente tipo, que tienen en común el copiar fórmulas ya dolorosamente experimentadas en el pasado.

Por paradójico que pueda parecer, los problemas que afectan a la socialdemocracia actual, en cuanto referente político, son consecuencia de su propio éxito. Un éxito histórico que se ha plasmado en un modelo social y democrático de Derecho (real, no imaginario), al cual aspiran, se mire como se mire, incontables sociedades de todo el mundo y que ha supuesto el mayor avance conocido hasta la fecha en políticas sociales y en desarrollo democrático.

Pero los éxitos de la socialdemocracia no son perdurables por sí solos en el tiempo. Como todas las estructuras que pasan a ser parte del paisaje social, su reproducción no está asegurada, porque toda reproducción que simplemente copia el pasado, es decir, que no es creativa, tiene todas las probabilidades de fracasar.

Desde la crisis de los años setenta del siglo pasado, hasta la más grave crisis global actual, la socialdemocracia se ha aplicado principalmente a taponar las vías de agua que se abrían a diestro y siniestro y que amenazaban con liquidar las bases de la convivencia. Se puede decir que la socialdemocracia ha practicado a lo largo de todo este tiempo una política de contención, conservadora en este sentido, que le ha llevado a desdibujarse y a adaptarse acríticamente a los cambios que se estaban produciendo en el ámbito de la producción, del trabajo, en el ámbito de la cultura, en los procesos derivados de la globalización.

Es urgente reactivar el proyecto socialdemócrata, porque de ello depende seguir avanzando en democracia y en cohesión social. Una reactivación que tiene que poner el énfasis -y verdadera pasión- en el compromiso con los valores y principios que siempre la han definido: la libertad, la igualdad, la solidaridad y la democracia pluralista: no hay atajos para la consecución de estos fines, sino el respeto más escrupuloso al estado constitucional de Derecho.

La renovación del proyecto socialdemócrata tiene que empezar por encarar el desastroso sistema impuesto por un capitalismo financiarizado, capaz de arrastrar a la ruina a sociedades enteras y abrir una brecha insondable de desigualdad, un sistema que se ha apoderado del funcionamiento de la UE y que es preciso cambiar y democratizar. Esto no significa renunciar al cosmopolitismo y al internacionalismo: al contrario; supone profundizar en el proyecto europeísta y abrirse a la realidad de un mundo globalizado. Es en este contexto donde la socialdemocracia tiene por delante la enorme responsabilidad de valorizar el trabajo, tanto el material como el inmaterial, tanto el del empleado como el derivado del producto social en su conjunto, para llevar a cabo políticas de redistribución sostenibles. Supone también delatar los cantos de sirena de quienes apuestan, demagógicamente, por el repliegue nacionalista, por el cierre de fronteras y la vuelta a conocidas soluciones autoritarias, tomadas en nombre del «pueblo» pero sin el pueblo y contra el pueblo.

La reinvención de la socialdemocracia, para ser creativa, tiene que partir de la experiencia de la realidad en que se vive. La gran baza de la socialdemocracia, pongamos el caso de España, es su enraizamiento en la realidad social como plataforma para transformarla. No vale ni copiar fórmulas del propio pasado, ni copiar las viejas y demagógicas fórmulas -conocidas bajo el epítome del «nuevo socialismo del siglo XXI»- que están llevando a los países que las practican -ejemplos hay a la vista- directamente al precipicio.

No es la primera vez que la socialdemocracia tiene que lidiar con competidores. Es una vieja historia. La única manera de mantener viva la llama del socialismo democrático es ser firmes en la defensa de los principios a que me refería, para encarar los problemas complejos del mundo globalizado de nuestros días en beneficio de la mayoría social.