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Toni Cabot

La política del buen yantar

Hay que comer mucho y bien para gastar más de medio millón de euros en cuatro años. Analizado el caso mientras se discute si Gerardo Camps debe o no seguir en política, cabe apenarse, en primer lugar, por el restaurante en cuestión. A bote pronto, los cálculos sostienen la posibilidad de que «Burdeos in Love», esa céntrica cantina valenciana que tantas veces calmó el hambre y sació la sed del político benidormense y/o allegados, podría sobrevivir perfectamente en los duros años de crisis con ese solo cliente. La fidelidad mostrada por Camps al restaurante debe entenderse a través de las croquetas de boletus, uno de los platos más repetidos en un menú donde al shasimi de entrecot tampoco se le hacía ascos. Ciento veintidós almuerzos en un mismo año saboreando manjares en torno a la misma mesa es una cifra que, todo hay que decirlo, juega a favor del cocinero del lugar, cuya habilidad en los fogones queda totalmente acreditada.

Repetir bistrot y plato es habitual entre la clase política. A Miterrand no había humano que lo apartara de «Chez Lipp», ese santuario gastronómico parisino donde un día sí y otro también daba buena cuenta del «pot au feu». La diferencia estriba en que sus frecuentes visitas a Lipp tuvieron lugar mientras estuvo en la oposición, por lo tanto, era él quien pagaba sus facturas. Años después, ya como inquilino del Elíseo, contrató para dirigir su cocina privada a Danièle Delpeuch, aquella mujer de campo del Suroeste de Francia inmortalizada en el cine (La cocinera del presidente) que enamoró al dirigente francés a través del estómago y acabó chocando con el fiscalizador de cuentas del Palacio por el elevado precio de las trufas de Perigord.

Eso es, precisamente, lo que ha faltado por estas tierras: un fiscalizador. Esa figura que en estos últimos tiempos del «vale todo» debió retirarles la servilleta, arrancar los bolsos de Louis Vuitton, supervisar los viajes a Creta y vigilar el tráfico de trajes, prendas, prebendas y otras comisiones. Y todo con contundente decisión, la que hoy asombra por su ausencia, diez días después de que salieran a la luz las facturas de la prolongada orgía gastronómica, sin que nadie con autoridad aparezca desde Madrid o Alicante para dejar claro que tan exquisito comensal no puede, bajo ningún concepto, volver a figurar en el cartel electoral. Una vez hecha la digestión, es la mínima penitencia exigible por tanta croqueta de boletus.

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