Las nuevas corrientes políticas que planean por España de unos años a esta parte, incluidas las catalanas, han tratado de vender hasta el empacho que su única misión en la tierra antes de alcanzar el paraíso comunista junto a Marx, Lenin y Mao, es transformar la sociedad para hacerla más justa. Por eso todos sus dirigentes y dirigentas no se cansan de repetir que están en política por amor al pueblo, desinteresadamente, delgados como juncos, ligeros de equipaje, sin ánimo de lucro, como altruistas militantes de ONG (pero de las buenas, no de esas que ocultan o amañan pruebas para acusar a la Guardia Civil de violencia contra los inmigrantes). A estos dirigentes y dirigentas, digo, no les mueven ambiciones personales, amiguismos, favores familiares, sillones, moquetas, viajes, sueldos o privilegios. No. De ahí que comparecieran al principio de sus mandatos subidos en las proletarias y ecológicas bicicletas para, con la negra mochila a cuestas cargada de blanca transparencia, evidenciar ante su pueblo que predican con el ejemplo. Luego, sin cámaras de televisión ni periodistas, aparecieron de nuevo los coches oficiales con sus chóferes. Por cierto, estos velocípedos impostados me recuerdan a los sumisos chinos de Mao; con qué cara de felicidad circulaban en bicicleta soportando la polución proletaria hasta que llegó el capitalismo comunista, el dinero y los lujos. Ahora hay en China un millón de millonarios comunistas y mil quinientos millones de trabajadores y trabajadoras capitalistas. Convendrán conmigo que la fórmula «capitalismo comunista» es igualitaria y? asimétrica.

Los modos y los lemas que pusieron en marcha los recién llegados para la puesta en acción de esta nueva e ilusionante etapa de progreso y progresía en el Estado español (queda muy cursi, lo sé, pero así quieren ellos y ellas bautizar la buena nueva) fueron muy contundentes: abajo las corbatas y los trajes, vivan los descamisados; fuera las carteras de piel y bienvenidas las mochilas; exclusión de coches oficiales y viaje en metro o autobús; derribo de los símbolos de la opresión y el fascismo cambiando nombres de calles y plazas para sustituirlos por una simbología acorde con la revolución proletaria, la añorada tercera república y su bandera tricolor; demonizar y criticar sin desmayo a la Iglesia Católica reivindicando no un estado laico, no, sino una sociedad laica (observen que las amonestaciones y groserías se dirigen solo a la Iglesia Católica, no a otras religiones como el Islam, ahí todo es sintonía multicultural); y para terminar, un premeditada marginación hacia el Ejército español rayana en el desprecio y la absoluta mala educación.

Todos los currículum de muchos de los nuevos políticos solo hacen referencia, como mérito, a títulos universitarios y doctorados obtenidos en «activismo social, cultural, cívico, animalista, sindical, medioambiental, monologuista o activista jornalero» (como el del podemita Andrés Bódalo, condenado a tres años y medio de prisión por agredir a un concejal del PSOE), y otros títulos activistas de teatrales nombres y nulo contenido. Se echa en falta encontrar entre sus dirigentes y dirigentas a algún trabajador o trabajadora de verdad, de los que se levantan a las seis de la mañana para ir al duro tajo. Estos madrugadores no son activistas, son pobres alienados a los que un día rescatará el activismo multidisciplinar. Para ponerlo en marcha nace la alianza Podemos-IU, imbatible máquina de guerra política al servicio del pueblo. Ha tenido que ser Pedro Sánchez quien llame a Podemos-IU «izquierda extrema». De ahí que para distanciarse de tan peligrosa deriva ideológica (Felipe González enterró a Marx hace décadas) Sánchez haya repescado a dos jóvenes talentos del activismo conceptual: José Borrell y Margarita Robles. Un rejonazo en el lomo de la alianza podemita-comunista.

Sin embargo, parte del pueblo sigue sin saber verdaderamente de qué va todo esto. Creen que la salvación de los pobres será con la extrema izquierda o no será. Pura ilusión. Podemos-IU no va a moderar sus reivindicaciones ni a moverse un milímetro de sus dogmáticas consignas. Aparentarán, confundirán, disfrazarán, sí, pero su código genético lleva grabada una hoja de ruta inamovible. Los tics totalitarios, las decisiones irrecurribles de la cúpula, la marginación y el ostracismo de quienes se desvían, la descalificación de los disidentes han sido, son y serán una constante en sus formulaciones. Así, la líder de Podemos en Jaén relataba esta semana, con lágrimas en los ojos, el acoso al que se vio sometida por la cúpula podemita al punto de haberse visto forzada a presentar su dimisión. ¿Preguntan ustedes dos por la Comisión de Garantías Democráticas de Podemos? No me hagan reír, con un oxímoron como este no se juega. Y del otro lado de la cama nupcial, IU-Almería rechaza tajantemente que el ex-Jemad Julio Rodríguez encabece la lista de la coalición por esa provincia. «Si quieren traer al mono Amedio que lo traigan?», ha dicho su dirigenta Rosalía Martín. Otra vez el ADN comunista, su trazabilidad histórica, su larga sombra. Qué papelón, mi ex general, qué papelón. De provincia en provincia en busca del escaño perdido para que ese Ejército español del que un día fue usted su máxima autoridad sea motivo de escarnio en su persona. «Si quieren traer al mono Amedio que lo traigan?». El ADN, la larga sombra, la noche en ciernes. ¿Alguien puede llamarse a engaño?