Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De destartalo en destartalo

Érase una vez un pueblo donde todo se hizo al revés. Me refiero a Torrevieja. Recorriendo las calles de la hoy quinta ciudad en importancia por su número de habitantes en la Comunidad Valenciana sólo se salva del caos el primitivo trazado que, tras el terremoto de 1829, concibió Larramendi para su reconstrucción.

Aquel arquitecto militar planeó la nueva Torrevieja como una pastilla de chocolate. Calles en aquella época anchas, perpendiculares y paralelas al mar, con viviendas de una sola planta y amplios patios interiores por si los seísmos volvían a repetirse.

Hasta hace pocos años todavía perduraban casas con teja redonda o de cañón y ventanas de fácil acceso a la calle para poder salir corriendo en caso de sentir cualquier temblor de tierra. No se plantearon entonces cambiar de ubicación el nuevo núcleo urbano, desarrollándolo al sur de la Punta del Baluarte, lugar donde actualmente se encuentra el Monumento al Hombre del Mar. Allí, originariamente en una cuantas barracas se asentaron los primeros moradores locales dedicados a la pesca.

Fue un error el no aprovechar aquel seísmo -del que todo parece indicar que se sobredimensionaron los daños que provocó, según algunos historiadores y cronistas- para cambiar el emplazamiento del casco urbano. La expansión posterior de aquel genuino núcleo urbano se puede valorar como un producto de la codicia y la dejadez a la hora de respetar las mínimas exigencias plasmadas en cualquier plan urbanístico.

Lo que vino después fue peor y a la vista está: Completaron la felonía casi cien años después durante la «dictablanda» de Primo de Rivera, construyendo el ansiado puerto, que simplemente se quedó en escollera para posibilitar el resguardo de los vientos de levante a los barcos fondeados a su «reoso». Pero como lo malo todavía se puede empeorar, llegaron en los años 50 del pasado siglo las obras del contradique de levante o muelle de poniente.

Todo en estos lares, desde principios del siglo XIX, cuando se comenzó a explotar su laguna salada hasta los años setenta del pasado, giraba en torno a su empresa explotadora. Por ello, y para no depender de Orihuela, la mercantil salinera nos regaló la ampliación del término municipal. Lo gestionó ante el Gobierno. Ocupaba la Alcaldía Cesar Mateo Cid, uno de los mejores poetas que ha dado esta tierra. Cuentan que los mandamases salineros le vinieron a decir: «Don Cesar, esto es lo que necesitamos nosotros, añada lo que quiera». El primer edil se limitó a contestar amén. Corría el año 1955 y salió la banda de música a celebrarlo.

Resulta curioso ver en la delimitación del término municipal torrevejense una estrecha franja de terreno que se interna hasta las cercanías del municipio de Los Montesinos donde se encontraba un transformador de energía eléctrica. De propina y para que no se arenara la nueva dársena portuaria se reconstruyó por completo el rompeolas de levante. La carga de la sal es una actividad limpia.

Si en tierra se tiró por tierra a la hora de construir, pasándose por la entrepierna la planificación urbana -¿dónde se ha visto que por dejar más terreno donde construir casicas las aceras no tengan ni un metro de anchura? ¿O que los parques se orillen al peor terreno posible, en vaguadas, ramblas o junto a carreteras?-, lo que ha ocurrido con la dársena es mucho peor. A este paso vamos a dejarla hasta sin el espejo de agua. Y encima nadie la alivia dragándola a fondo. Si alguna vez lo hacen, además de cieno sacarán «chanes salaos».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats