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Anacronías y pasiones

Decía hace pocos días en un artículo Julio Llamazares que el espectáculo de las corridas de toros acabaría desapareciendo, como los circos romanos, porque es un anacronismo en pleno siglo XXI. Coincido plenamente con el escritor leonés. Solo que donde él observa una negatividad supina, yo encuentro el mayor de los encantos. Anacronía, preciosa palabra, desubicada en el tiempo, que muchos ni entienden pero que, en el fondo, a algunos nos resulta de continuo tan familiar. Bella anacronía el teatro en estos tiempos de audiovisual tecnología, y ahí siguen (seguimos) algunos románticos luchando por su vigencia. Táctil anacronía leer todavía en papel, pasando la yema de los dedos por páginas que nos van abriendo la mente hacia mundos maravillosos. O escribir con bolígrafo y papel, trazando líneas de manera que acaben teniendo sentido. O disfrutar de un atardecer, ya sea en Alicante, o en Fisterra, o en la indonesia Gili Air. Qué trasnochado incluso hablar a la cara con la gente, ver sus gestos, sus miradas, y no emoticonos en una pantalla.

El toreo es la anacronía del rito, de la liturgia entre la vida y la muerte. El valor para convertir la fuerza bruta en arte, el del «trance irreflexivo» que sentenciara Valle-Inclán. En este mundo tan aséptico y desapasionado, eso no se entiende ya. A aquella máxima orteguiana de «hay que europeizar España», Unamuno les respondió con un «hay que españolizar Europa». La globalización, concepto tan en boga hoy, en palabras de otro siglo. Y de otras mentes.

Quizá el puritanismo que nos inunda, este no tocárnosla ni con papel de fumar, lleve con el tiempo irremediablemente a un desapego hacia la tauromaquia y sus valores. Desgraciadamente, cada día se desconoce más el arte de Cúchares, y se suele odiar aquello que se ignora. La izquierda de nuevo cuño, tan animalista como demagoga, no se ha enterado de nada. Pero la moda disney trae votos. No cortan la rama de los toros (no lo hizo Pablo Iglesias cuando se lo ofrecieron metafóricamente en un programa de TV), pero proponen leyes para ahogar la tauromaquia. Qué respeto por las diferencias, qué democráticos, oye. Aunque sea un espectáculo de masas. Aunque no entienda de política. Aunque sea mucho más que legal y legítimo. Me gusta pensar en este bello anacronismo, sí, en esta pasión taurina que me permitiría estar mucho más cerca de Lorca y Alberti, si resucitaran mañana, que a estos que se autodenominan políticos de izquierdas.

Qué anacrónico ver las colas en nuestra plaza de toros para no perderse la próxima feria taurina de Hogueras. Miles de anacrónicos y apasionados aficionados, votantes de amplio espectro, empeñados en sostener lo que, para esos que nos miran con su ética de pacotilla por encima del hombro, no es más que una aberración. Sin haberse cerrado todavía la fecha para comprar los abonos, ya han pagado para acudir todas las tardes más de ocho mil anacrónicos, que llegarán a copar a buen seguro el cien por cien del aforo abonable del coso de la Plaza de España. Veníamos de mil cuatrocientos en 2015 (de solo quinientos tras el paso atilano de Serolo), que no se le olvide a nadie. Así de anacrónicos que son los aficionados.

Anacronía también (nunca mejor decirlo tal día como hoy, San Isidro) en el toreo de Paco Ureña el pasado miércoles en Madrid. No me olvido de la izquierda de Talavante ni del valor de Puerta Grande de Roca Rey. Sin embargo, en tiempos de destoreo de largura y torsiones forzadas descargando la suerte, nos llega este lorquino entregando cuerpo y alma a cada natural, vaciando toda la verdad del toreo sobre la pierna contraria, y apasiona al personal. Algo de eso mismo parece ser que plasmó en Jerez de la Frontera José Tomás, ese anacrónico artista que no brinda al rey porque (dicen) se cae del lado izquierdo. Vamos, tan natural.

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