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Machismo discursivo

Paso de una tertulia nocturna a otra esta última noche del viernes al sábado y me encuentro con dos especímenes que no me resultan nuevos sino que ya los había conocido gracias a referencias a un viejo libro (¡Claro! An Essay on Discursive Machismo -1998-). Los tertulianos a los que me refiero discutían dos asuntos «levantados» aquel día a propósito de los gastos de Camps desde la Generalidad Valenciana y el triunfo de Khan para la alcaldía de Londres. Cada cual, como es de rigor, arrimaba el ascua a su sardina. Pero no es eso lo que me llamó la atención, ya que eso es normal.

Vayamos a Camps. Uno de los tertulianos casi gritaba una encendida defensa del político y sus actuaciones en el campo de los gastos en restaurantes y similares. «300 euros al día», decía, «Eso es ridículo. No es nada. Pasa en cualquier empresa pública y privada». Y repetía: «Ridículo», sobre todo cuando se introducía un corte de una consellera denunciando el hecho y afirmando que, aunque fuese legal, no dejaba de ser inmoral sobre todo teniendo en cuenta las fechas en las que se habían producido tales gastos. «Ridículo», recalcaba. Y no solo le aplicaba la presunción de inocencia ya que el asunto no estaba bajo escrutinio legal sino político. Su gran argumento en contra era demoledor: «Nadie le ha ganado nunca unas elecciones a Camps en Valencia», es decir, el voto ciudadano estaba con él. Solo que el tertuliano pensaba en Francisco Camps cuando el problema se planteaba para Gerardo Camps. Algo más de información no le habría venido mal cuando sacaba la inocencia en el caso de los pantalones de un Camps sin saber que se estaba hablando de otro Camps. Pero su entusiasmo era inmarcesible.

El caso con Khan era otro. Los tertulianos se enzarzaban con la religión del vencedor de aquellas elecciones, el uso que se había hecho en campaña de su no negada adscripción al Islam y el significado que podía tener «el primer alcalde musulmán en una ciudad europea importante». Y dale con esa religión. Los tertulianos, siempre cargados de razón, iban y venían con ese tema y, a lo más, introducían algo sobre la relativa derrota del laborismo en Escocia que hacía palidecer a la victoria en Londres y, si se les apuraba, a la condición social y política del vencedor. Nada sobre su oponente conservador, judío. Y nada, absolutamente nada, sobre los respectivos programas electorales. No eran los únicos, como se vio al día siguiente en los periódicos, cosa que hizo que alguno de los británicos titulara, no sin sorna, sobre la mezcla de asombro e ignorancia que había acompañado la reacción europea ante ese asunto como si fuera el único y significase solo eso.

Vayamos, entonces, al «machismo discursivo» al que se refieren los Elster, Gambetta o Hirschmann. Lo primero que hay que decir es que puede a afectar tanto a machos como a hembras y tanto a derechosos como a izquierdosos, «progres», «carcas» o «fachas». Lo practican los intelectuales prepotentes, abusando de afirmaciones contundentes, que argumentan ridiculizando y descalificando al «contrario» (real o inventado, no importa), con opiniones firmes y sin mostrar la más mínima duda, inflexibles, autoritarios, que tienen algo que decir sobre todos los temas (con tal de aplicar lo del ascua y la sardina a lo que ya me he referido), que se lanzan a opinar sin haberse parado a pensar, que intentan socavar la relevancia del argumento contrario con eso de «no es novedad», «ya lo dije» o con citas de autoridad (esas que aparecen en negrita en las colaboraciones en el periódico), con argumentos basados en el orgullo antes que en la razón y más predispuestos a la política autoritaria que a la democrática. Fin de un resumen.

Volvamos al caso de Camps (Gerardo) o de Khan (Sadiq). Mis tertulianos podían haber esperado un tiempo antes de lanzarse a la arena, pero, a diferencia de los que escribimos en los periódicos, que podemos elegir el tema y el enfoque (sobre todo en los periódicos como este que no «obligan» a adoptar determinadas líneas de opinión), los tertulianos radiofónicos reaccionan a lo que se les presenta en el día, con lo que casi están obligados por la necesidad de ese medio de comunicación a opinar sin pararse a pensar y con la obligación de nunca decir «no lo sé».

Y ahora el final: en esta campaña en la que seguimos va a continuar abundando el «machismo discursivo». Paciencia, pues, amigos míos.

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