La vida política de las democracias hoy no se concibe sin los sondeos electorales. Forman una industria en constante expansión. En primer lugar, permiten escrutar el estado de ánimo y las intenciones de los ciudadanos. Y, además, sirven para amenizar el clima político sobre todo cuando, como sucede en nuestro país, los partidos deben tomarse un tiempo mínimo para cambiar de discurso, entre unas negociaciones que no han terminado como se esperaba y una campaña en la que todo está en juego. Resulta difícil precisar su influencia en el comportamiento de los electores, pero en cualquier caso las encuestas son fijas, no faltan a la cita. Las previas a las elecciones celebradas en diciembre fueron conocidas por el 62 % de los españoles. Un 9 % admite que las tuvo en cuenta en alguna medida a la hora de tomar su decisión. La mayoría se apoyó en ellas para reforzar su preferencia inicial por un determinado partido y animarse a votar.

Durante los últimos meses no han dejado de estar entre nosotros. Así hemos podido saber casi al instante las reacciones de la sociedad española a cada nuevo giro en las conversaciones para un pacto de gobierno. Pero la convocatoria de unas nuevas elecciones, en coincidencia con la aparición de dos sondeos del CIS, ha convertido los periódicos en fiel reflejo del protagonismo superlativo otorgado a las encuestas. La incertidumbre y la inquietud se mezclan en el ambiente político y hacen que crezca en cada elector el deseo de saber las inclinaciones de última hora del resto para decantar la suya.

Y hay razones para ello, porque las encuestas configuran un panorama electoral parcialmente abierto, en el que no se vislumbra una situación política bien definida después de las elecciones. Los datos confirman la fragmentación del voto y el pluripartidismo que se manifestaron el 20 de diciembre, pero también registran una volatilidad, aunque acotada, de suficiente magnitud como para modificar la composición del Congreso y simplificar la formación de coaliciones parlamentarias. La volatilidad afecta sobre todo a los apoyos electorales de Podemos y Ciudadanos. Sus votantes son los más recientes, los más jóvenes, los que han tenido más dudas y han tardado más en decidirse, y los que menos se identifican con un partido. Por el contrario, los votantes del PP y los del PSOE son los más leales, de edad más avanzada, han votado repetidamente a su partido y tienen más decidido su voto. No obstante, las encuestas detectan pequeñas transferencias de votos en múltiples direcciones. Los votos que se mueven lo hacen en mayor número en dirección desde Podemos a PSOE e IU, y desde Ciudadanos al PP, sus respectivos partidos de origen, que en sentido contrario. Los votantes dispuestos a abandonar al PSOE y al PP prefieren en general la abstención antes que votar a otro partido. Incluso la tendencia de los últimos años entre los votantes más jóvenes parece haberse invertido, llegando los apoyos de los partidos clásicos y de los nuevos a un punto de equilibrio.

En resumen, el electorado del PP y del PSOE se asienta en la lealtad partidista. Sus votantes los apoyan por su probada capacidad para gobernar y porque son los partidos que han votado siempre. El voto de Podemos y Ciudadanos, sin embargo, es prospectivo. Sus votantes los votan ante todo por sentirse identificados con las ideas que representan y porque respaldan los programas con los que se han comprometido. La actuación de Podemos y Ciudadanos es más dinámica. Por eso estos partidos tienen un mayor atractivo político entre amplios segmentos del electorado. Ambos han destacado desde las elecciones de diciembre por encima de sus resultados. Ciudadanos ha estado presente en todas las conversaciones y Podemos intenta ahora acaparar la atención mediante la coalición con IU, con la que aspira a superar al PSOE y situarse en el eje central del sistema político.

La distribución del voto en las elecciones de junio puede diferir poco respecto a las de diciembre. Pero pequeñas variaciones en los apoyos electorales de los cuatro partidos más votados podrían ocasionar consecuencias políticas de largo alcance, en el Gobierno de la nación, en la organización y el liderazgo de las fuerzas políticas y en las tendencias electorales futuras. Las encuestas dicen que los españoles están implicados en esta compleja situación política con un interés notable y que la incertidumbre en este momento se concentra en un reducido porcentaje de votantes de Podemos y de Ciudadanos.