La manifestación del Primero de Mayo pasado, celebrando en la ciudad la Fiesta Universal del Trabajo, exhibiendo pancartas y banderas con los distintos símbolos de partidos políticos y colectivos, mereció el legítimo respeto de todos bajo el amparo de la Constitución.

No así, a mi entender, el cartel cuyo rótulo decía textualmente: «Queremos pan, queremos vino, queremos a Rajoy colgado de un pino», que por su carácter insultante contra un presidente del Gobierno en funciones (como hubiera sido contra cualquier otra persona aunque de menor gravedad contemplada por la ley), me produjo indignación por considerarlo injurioso y mal intencionado, si bien tengo la convicción de que la opinión maledicente de su portador no la compartirán los manifestantes ni los ciudadanos que lo leyeran.

Quizás, con las debidas reservas por la naturaleza del acto, la Policía pudo intentar con toda prudencia que quien enarbolaba el cartel lo bajara voluntariamente, pero eso si, conservando si le pareciera bien la justa reivindicación del «queremos pan, queremos vino» carencia que supongo, sufre él, al igual que lo padecen millones de trabajadores en todo el planeta.

No queda en entredicho para mí la presencia de la Policía para el buen orden y desarrollo de la manifestación ni en cualquiera de sus actuaciones cotidianas en bien de la sociedad.

Mi opinión, ante este acto de odio, impropio de la trascendente manifestación, hace que me aleje de todo partidismo, incluso de mi partido, haciéndolo simplemente como cuestión de ética.