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Crónicas precarias

Refugiados de guarnición

Estamos teniendo mucha suerte con los refugiados sirios, de verdad. Fijaos en lo fotogénicos que son, la cámara les quiere. Y qué historias tan conmovedoras, así da gusto. Suficientemente emotivas para leer de forma esporádica con el café mañanero, pero no tan truculentas como para que te sienten mal las tostadas. Imaginad que tenemos a toda esa gente abandonada a las puertas de Europa y encima son feos y aburridos. Menudo desastre.

Una vez pasado el ataque repentino de solidaridad e indignación que recorrió nuestro continente, lo único que les queda a los refugiados para que nos sigamos interesando por ellos es ser carismáticos. Si no, decidme quién se va a fijar en sus problemas con todas las tragedias que tenemos para elegir en el mundo y lo interesante que está Masterchef.

De todas formas, lo mismo en mayo lo que nos conmueve de verdad es Sudán del Sur y a ver qué hacemos con tanto amor por los sirios. ¿Dónde lo guardamos? Por eso no te puedes encariñar con los parias de la Tierra, a la larga acabas sufriendo. Todo el mundo explicando que su corazón late por Sudán del Sur y tú convertida en la pesada que da la tabarra continuamente con los sirios. Tus amigas te dejan de llamar, pierdes seguidores en Instagram, nadie se quiere tomar una copa contigo?Eso sí que sería un drama.

Sorprendentemente, el astuto plan de la Unión Europea para solucionar esta crisis -cerrar los ojos y fingir que no hay nadie sufriendo en nuestras fronteras- no ha tenido el éxito que se esperaba, así que han decidido que toca hacer algo en serio. Pero como Bruselas no desiste en su empeño por alcanzar nuevas cotas de miseria moral, la solución es mercadear con vidas humanas como si se tratara de merluzas en una subasta de pescado. Tiene su mérito, es difícil calcular así a ojo cuánto vale un señor de Alepo o una adolescente de Damasco. Recordad, fotogenia y tal, hay múltiples factores a tener en cuenta.

Tras varias reuniones parece que hemos acordado que un alma siria ronda los 250.000 euros. Al menos es la multa que se pondrá a los Estados miembro por cada refugiado que rechacen acoger. O lo que es lo mismo, cada país podrá pagar dicha cantidad para quitarse el marrón de encima. Somos como esos padres malvados de culebrón adolescente que no quieren a sus hijos y los mandan a estudiar a un internado suizo carísimo para no tener que verles. Por supuesto, Turquía hace de cruel institutriz aficionada al castigo físico y el ayuno, que para algo les hemos subarrendado los refugiados.

El simple hecho de que se ofrezca repudiar a víctimas de guerra a cambio de dinero sería motivo suficiente para enviarnos a todos a un campamento de reeducación. Ahora resulta que salvar a miles de personas del horror es algo opcional, como elegir entre patatas o ensalada de guarnición. La fraternidad europea nunca defrauda.

Pero debemos ser realistas, España no tiene suficiente presupuesto para rechazar a todos los refugiados que nos toquen, hay que establecer prioridades para decidir cuáles nos quedamos. Por ejemplo, acoger a ancianos y enfermos es deprimente, vale la pena pagar la multa para evitarlo. En cambio, por un niño de mofletes sonrosados podemos hacer el esfuerzo. Todo sea por la solidaridad.

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