Nada parece indicar que los resultados electorales del 26 de junio vayan a cambiar de manera sustancial porque los elementos políticos básicos en juego son los mismos, como evidencian los datos que están mostrando los diferentes sondeos demoscópicos previos que se han hecho. Sin embargo, las variables más decisivas en los resultados finales que se obtengan van a depender de la capacidad de movilización del electorado y del porcentaje final de participación que se registre, dos aspectos mucho más determinantes que los nuevos votos que cada partido pueda captar, que serán reducidos. Pero si ponemos en juego la fatiga y el cansancio de unos ciudadanos hartos de años de sacrificios y penalidades a los que no ven fin, las costumbres preveraniegas de muchos en un domingo de finales de junio, la Eurocopa de fútbol que por esas fechas se estará disputando, junto al desánimo y el pesimismo de los electores con la situación política, como demuestra ese 58,7% de ciudadanos que en el último sondeo del CIS la califican como de mala o muy mala, no hay duda de que la participación en las próximas elecciones del 26-J va a descender, aunque no seamos capaces de aventurar en qué proporción. Y con ello juegan los estrategas del PP, ya que cuanta más baja sea la participación, mejores resultados obtendrá este partido.

La repetición de las elecciones generales por vez primera en la historia de la democracia en España supone un fracaso colectivo de los partidos políticos y una anomalía democrática a nivel europeo, como demuestra el hecho de que en toda Europa, solo Grecia en el año 2012, en pleno epicentro de la crisis, haya tenido que repetir elecciones generales por el mismo motivo que nuestro país, por la falta de acuerdo entre los partidos para formar gobierno. Mientras tanto, en el resto de países de nuestro entorno, la cultura del pacto se impone con mayor o menor recorrido, posibilitando gobiernos en minoría múltiple, a diferencia de nuestro país, donde los vetos recíprocos, el inmovilismo y el cálculo meramente partidista se anteponen a la gestión política de una realidad distinta que los partidos son incapaces de interpretar.

El ocaso de las mayorías absolutas y del bipartidismo ha dado paso a un cuatripartidismo que acapara nada más y nada menos que el 92% de todos los escaños del Congreso en esta efímera legislatura, es decir, 322 de sus 350 diputados. Y cualquier opción de Gobierno pasa por la capacidad de diálogo y acuerdo de esas cuatro fuerzas políticas que han puesto a España en un momento ciénaga: la situación política es pantanosa hasta tal punto que aquel partido que se movía parecía hundirse más todavía en el barro, paralizando las posibilidades de acuerdo. Por ello, la responsabilidad en esta situación no es la misma, en la medida en que tenemos que reconocer al PSOE sus intentos de llegar a un acuerdo para formar nuevo ejecutivo, aunque sin éxito, mientras que la actuación del PP y de su presidente, Mariano Rajoy, ha sido tan estrambótica como irresponsable, jugando a esconderse para evitar cualquier desgaste, como si jugaran a la silla y no quisieran perder el asiento. Y como niños, mientras no dejaban de alegrarse de que el PSOE no fuera capaz de materializar un pacto de Gobierno, no paraban de quejarse de que el resto no quisiera jugar con ellos en el patio del colegio. La historia pondrá en su sitio la actuación tan irresponsable que ha tenido el PP ya que no parece que lo vayan a hacer los electores, al menos por ahora.

Y con estos mimbres, la campaña electoral que en pocos días vamos a sufrir va a ser tan atípica como la propia situación política que vivimos. Los partidos van a tener dificultades para construir un relato ilusionante, al tiempo que tendrán mucho más peso los últimos cuatro meses de negociaciones fallidas para formar Gobierno que los últimos cuatro años de mandato de un PP arrogante e incapaz de regenerarse, que contempla los casos de corrupción que le explotan bajo sus pies y llegan ya hasta el mismísimo Consejo de Ministros como el que ve llover tras los cristales. De esta forma, preparémonos para una campaña repleta de descalificaciones y centrada en por qué y por quién no se alcanzó un acuerdo de gobernabilidad para tratar de erosionar así al contrario.

Sin embargo, cualquiera que sea el nuevo ejecutivo que surja de estas segundas elecciones va a tener que gestionar dos temas fundamentales, de los que nos hablarán poco: la austeridad y el recorte de unos 14.000 millones de euros que Bruselas nos quiere imponer por el descontrol en el déficit público protagonizado por el Gobierno de Rajoy, junto a la etapa de paro más prolongado superior al 20% en la historia reciente. Y para abordar ambos graves problemas urge un gran acuerdo que nos permita salir del barrizal político en el que España está sumergida.

@carlosgomezgil