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Lo del árbol que no deja ver el bosque

Decíamos la semana pasada aquello de la margarita pocha que seguramente había deshojado José Tomás. Y sin embargo, Simon Casas Productions mediante, al final la florecita parece haber tenido suficientes ceros -digo pétalos- para convencer al astro mediático. La presencia del espada madrileño ya supone, en sí misma, el gran acontecimiento de las Hogueras. Se harán públicas cifras de dineros generados, reservas hoteleras disparadas, ganancias directas e indirectas... y todo ese batiburrillo de números surgidos solamente con la presencia de un torero. No con mucho acierto (al menos a juicio de este juntalíneas), se viene queriendo defender la fiesta con números, cuando en realidad solamente los argumentos éticos y estéticos pueden sostener el rito taurómaco. Lo que pasa es que algunos muy justitos solo entienden lo de dos más dos son cuatro. Y una feria con José Tomás suma, de eso no hay duda.

Ese es un mérito que el de Galapagar ofrece en exclusiva, y lo sabe. A su alrededor se ha generado un aura mítica y mística que surge sin saber muy bien cómo (quizá sus largos silencios, su negativa a ser televisado...), y que otros han querido imitar, pero que únicamente acompaña a los elegidos. ¿Se sabrá cuánto va a cobrar? Esa es la pregunta que rondará la mente de muchos y resonará en las tertulias de aquí hasta que llegue el evento, y más allá. En otros países no tienen reparos en hacer públicas las ganancias de los toreros. En el nuestro, sin embargo, hay mucha reticencia a dar a conocer esos particulares. Y si no, al tiempo. Ojalá me equivoque, por bien de la transparencia y de la información.

Y tras esa presencia deslumbrante de José Tomás, está lo otro. Ya parece que nada se pueda decir u objetar de la feria diseñada por Casas y Lloret. Es el árbol que impide ver el bosque. No solo para mal, sino también para bien. Hay sobrados argumentos -contados están ya- para afirmar que la de Hogueras 2016 es, sobre el papel, una feria de altísima nota. Una vez «fichado el Mesías», parece que lo demás está de más. O no. Alguna cosa se ha quedado en el tintero. Hay presencia alicantina de nota en el serial. Dos toreros a pie y tres a caballo (más los tres novilleros en agosto). Sin embargo, se echa en falta una cuestión casi de justicia: el doctorado de Borja Álvarez. Llámenme iluso, pero en lugar de esas mixturas por razones fraternales, quizá esa tarde del 24 hubiera resultado idónea para cerrar el acontecimiento con un novillero de la tierra abriendo la tarde del santo para tomar la alternativa. Y no creo que sea por números. Pero claro, en el corral de Manzanares, no iba a exigir solo José Tomás...

Y aunque este ha sido el tema de la semana, este mes de mayo comenzó, sin embargo, con una tristísima noticia. El veterano diestro mexicano Rodolfo Rodríguez «El Pana» resultaba volteado y herido de gravedad en el cuello a causa de la fea caída. La sombra de aquel horroroso percance sufrido en 1990 por Julio Robles en Beziers resultó demasiado alargada. Salvada la vida del hombre en un primer momento, según los médicos aztecas el espada quedará tetrapléjico a causa del percance. Torero de tintes románticos, surgido de sus cenizas olvidadas en un milagro otoñal, finalmente se ha demostrado que esta etapa con más de sesenta años a sus espaldas presentaba demasiadas temeridades. Cierto que un percance puede ocurrir a cualquier torero de cualquier edad, pero los reflejos, la velocidad de movimientos, no son los mismos cuando se pasan ya de ciertas primaveras. Sesenta y cuatro cuenta el diestro de Apizaco. Pero son cosas de toreros, héroes anacrónicos. Como dijo Machado del olmo seco, ojalá para estas semanas críticas que vienen el destino le depare, «hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera».

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