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Pintando en las paredes

Los «tags», esa especie de firma con la que anónimos -bonita contradicción- dejan su huella en las paredes, aparecieron por Alicante no hace tanto. Me interesó entonces el fenómeno y conseguí encontrarme con algunos «bombers», que es el nombre de los que usan el «spray» a tal efecto. Me resultó curioso: jovencísimos, varones y en grupo, aunque era evidente que uno de ellos, R., ejercía como líder y era, además, el que tenía más información sobre el fenómeno tanto como para poder aconsejarme dónde encontrar buenos «tags» en el viaje que entonces yo planeaba a París. Y no iba de farol: los encontré donde el muchacho me había dicho.

Esas pintadas, que después se han sofisticado, podían tener una interpretación inmediata: se trataba de «marcar territorio» de la misma manera que lo hacen otros animales que dejan «recuerdos» propios para informar a los congéneres de dónde está cada cual. Sin embargo, si les entendí bien, el asunto tenía otros componentes menos individualistas.

Por ejemplo, el hecho de que mis interlocutores fueran un grupo que se reunía periódicamente en aquella plazuela tenía que hacer pensar en que la componente colectiva también estaba presente. Y, sí, los «tags» eran mensajes que cada uno de los miembros enviaba al resto del grupo, casi como si se tratase de competencia y de ver quién había sido capaz de dejar su «recuerdo» en más paredes.

Obvio, entonces: se trataba (y probablemente se siga tratando) de un comportamiento a la vez expresivo (como un grito) e instrumental (como un mensaje que se envía a otros). Algo así como las pintadas que sigo encontrando en mis paseos por el pueblo, hechas con el mismo material que los «tags», pero con características propias: el de tener relación directa con la política.

Las pintadas llevan un largo tiempo entre nosotros y siguen vigentes. Las había en tiempos de Franco, las hubo en los primeros años de la Transición y las sigue habiendo ahora. Pero han cambiado en la medida en que el contexto ha cambiado. Si con Franco tenían que ver con la clandestinidad y era una forma de comunicarse con la gente, casi como si no hubiese otro canal posible, ahora tiene que ver con ser un grupo o partido minoritario, ya no clandestino. Tal vez esto nos sirva para entender aquello.

Las he visto de todos los colores. «Contra el Islam, tocino y pan» («Islam» sustituido después por «paro» aunque no rime), «la crisi que la pague els capitalistes» (sintaxis dudosa), «antifascistas siempre» o «putos nazis» (si los encuentran) y «aplastar el capitalismo» (algo ambicioso como programa electoral, pero no son los únicos ambiciosos).

Hay, sí, un elemento de compensación. Estas pintadas se hacen para suplir la poca cobertura que, como constatan sus autores, los medios convencionales como este están dando al grupo o partido en cuestión, demasiado minoritario y, ay, irrelevante como para prestarle mayor atención. Sus miembros, entonces, recurren a este instrumento para hacerse oír y, exigencias del medio (vaya por Dios: el medio es el mensaje), tienen que recurrir a frases cortas, concretas y chocantes. Es la parte instrumental: quieren trasmitir información, aunque no sea más que sobre la propia existencia.

También hay un elemento de reacción ante la frustración de no verse seguidos por la gente, las masas, el pueblo, la nación, la patria (táchese el que no proceda) de la que ellos se saben representantes o, por lo menos, cuyos intereses objetivos conocen, proclaman y defienden.

«Bombers», grafiteros y autores de pintadas políticas son muy diferentes entre sí. Los grafiteros tienen una pretensión estética que no aparece en los primeros ni en estos últimos. Sin embargo, tienen algo en común: el rechazo de los dueños o inquilinos de las casas que han sido «decoradas» con cualquiera de esos «recuerdos» aunque las pintadas necesitan de mayores espacios que los «tags», a veces más parecido al de los grafiteros. De hecho, hay muros en los que coinciden ambos. Los «tags», en cambio, pueden aparecer en cualquier fachada o muro.

Aunque «bombers» y grafiteros pertenecen a grupos en los que todos se conocen, están muy lejos del fenómeno de las pintadas a través de las que se informa o expresa en nombre de un colectivo que suele aparecer con firma, es decir, con anagrama o siglas.

Todo ello al margen de felicitaciones a «imen» (sin hache -sic-), dibujos más o menos pornográficos o declaraciones de amor eterno. Un conjunto demasiado heterogéneo como para pontificar sobre todos ellos como si fuesen una sola cosa. Pero hablan.

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