Soplan vientos de cambios en el callejero alicantino. Bien haría el Consistorio en echar la vista atrás y rescatar para ello nombres de la cultura que pasearon alicantinismo allá donde intervinieron.

Muy interesante sería indagar sobre la familia Gorgé, icono de la lírica española, formando compañías que albergaban a más de 15 miembros del clan. El primero que eleva el apellido a altas cotas es Pablo Gorgé Soler, nacido en 1850, violinista y director de orquesta. Dirigió cientos de representaciones y compuso diferentes obras, alguna con temática local como La mejor tierra del mundo (1890), firmada también por su hermano Ramón, otro genial músico alicantino que fue maestro de capilla de la Colegiata de San Nicolás y director de la Banda Municipal de Elda.

Varios de los descendientes de los hermanos Gorgé Soler fueron también destacados líricos de los primeros decenios del siglo XX. De Pablo Gorgé Soler hemos de citar a sus vástagos -de segundo apellido Samper- Concepción, Emilia, Manuel, María, Pablo, Rafaela, Ramón y Ramona. De los ocho sobresalieron dos: Ramona, quien ya destacaba en el último decenio del XIX y albergó un amplísimo repertorio lírico, y Pablo, que fue, sin lugar a dudas, uno de los mejores cantantes líricos españoles de la historia y el más destacado de la familia. Su carrera fue meteórica, interviniendo en teatros como los madrileños Zarzuela y Apolo y los barceloneses Liceo y Tívoli. Todos los teatros alicantinos esperaban con ansia su presencia y era el ídolo local. Intervino en varias grabaciones discográficas de los años 20 y ello nos ha permitido poder seguir admirando su bella voz.

No podemos olvidarnos de la prima hermana de Pablo, Milagros Gorgé Borrás, hija del anteriormente citado Ramón Gorgé Soler, considerada niña prodigio a finales del siglo XIX. A los diez años ya se decía que era una diva. El 24 de enero de 1891 se presentó en Madrid en el Teatro de la Zarzuela con Campanone, siendo el director de la orquesta aquella noche su padre. Se la apodó «la pequeña Patti» -por aquella época era muy admirada la soprano Adelina Patti-. Los más importantes teatros, tanto nacionales como europeos, se abrieron para ella, obteniendo grandes éxitos en lugares tan remotos -un siglo atrás- como Berlín y San Petersburgo.

Hubo otros líricos alicantinos de gran renombre de finales del XIX y principios del XX, como los hermanos -ambos tenores- Pastor Soler, Rafael (apodado El Bonico) y Ricardo. Fueron destacadísimos miembros de las mejores compañías del último tercio del XIX y principios del XX y triunfaron no solo en España, sino que efectuaron importantes giras por tierras americanas. En el año 1919, encontrándose Ricardo en La Habana durante la conmemoración del IV Centenario de la fundación de la ciudad, cantó en el Teatro Payret el Himno a la Patrona de Cuba, original del también alicantino Rafael Pastor Marco.

Otro tenor alicantino notable fue Rafael López Barreta, al cual, entre otros méritos, hemos de recordarlo por ser el tenor que estrenó dos de las obras más importantes de la lírica española, como Maruxa, del maestro Amadeo Vives y La vida breve, de Manuel de Falla, ambas en el Teatro de la Zarzuela. Y qué decir del barítono Emilio García Soler, al que le cupo el honor de estrenar Los gavilanes, también en La Zarzuela.

Hay más, muchos y muchas más y espero y deseo que se estudie pormenorizadamente cualquier posibilidad, pero no quisiera acabar este escrito sin incluir en esta nómina de posibles y justos acreedores a que su nombre quede inmortalizado en Alicante, a uno de los últimos en marcharse, el querido y recordado Alí Andreu Cremades. Por su contemporaneidad no será necesario que describa sus méritos. Son más que conocidos y más que sobrados. Sería un placer ver su nombre rotulado en una placa.