Durante quinientos años nuestra ciudad ha gozado de la presencia y atención de las hermanas Clarisas. Es momento de celebrarlo y agradecerlo. Llegaron un lejano 1 de mayo de 1517. Eran un puñado de hermanas que se trasladaron desde Orihuela para fundar un nuevo convento, que llamaron «de la Encarnación», el cual se situaba en el corazón de la ciudad, donde está la actual Glorieta. Trajeron consigo la alegría de unas vidas entregadas a la oración y al servicio de los demás. Desde ese lugar alentaron la vida cristiana de los hombres y mujeres de Elche hasta que unas inundaciones les forzaron a salir. Fue entonces cuando se trasladaron al cercano convento de la Merced, que había sido habitado por frailes mercedarios hasta que en 1835 fue desamortizado y pasó a ser propiedad municipal. Desde 1853 las hermanas pobres de Santa Clara habitaron este convento mercedario, llamado de Santa Lucía. Sin embargo, su paz quedó truncada por el incendio y destrucción de la Iglesia y de buena parte del Convento en febrero de 1936. En la posguerra pudieron regresar a este lugar, reconstruyendo parte de lo destrozado hasta que el edificio presentó tantas deficiencias que en el año 2007, después de realizar una permuta con el Ayuntamiento, marcharon a un nuevo convento, junto al Pont del Bimil·lenari, el Convento de Santa Clara.

Desde la Encarnación, Santa Lucía y ahora desde Santa Clara, estas monjas han transmitido a la ciudad su espíritu de silencio y oración, ayudando a los ilicitanos a descubrir la vida del espíritu, sin la cual no se puede vivir en plenitud la vida humana. Y hoy, desde su convento junto al río y entre las palmeras, ellas siguen siendo «alma» de nuestra ciudad, poniendo humanidad en medio de tanto asfalto, aportando espíritu a una población dedicada, muchas veces en exceso, sólo a lo material.

Aquellas hermanas nos trajeron también el espíritu de San Francisco y Santa Clara, los grandes santos de Asís. De Francisco viene el amor a Cristo crucificado, la pasión por vivir el Evangelio «sin glosa» y el descubrimiento del camino de la pobreza para vivir con total entrega y libertad. De Francisco, y también de Clara, procede la veneración por el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y su tierna devoción a Santa María. En el silencio de su convento, las hermanas Clarisas han vivido y transmitido la sencillez, alegría y espíritu de servicio de Francisco y Clara.

Ellas son, finalmente, las grandes intercesoras nuestras ante Dios. Día y noche oran por cada uno de nosotros, para que nuestro caminar por la vida nos conduzca hasta la eternidad. Su oración constante sostiene los afanes y quehaceres de nuestra vida.

Por todo ello, el pueblo de Elche les debe gratitud y admiración. Para celebrar el V Centenario de su presencia entre nosotros han programado numerosas actividades, entre las que destaca la concesión de un Año Santo, realizada por el Papa Francisco. Hasta el 11 de agosto de 2017, quien se acerque a orar en la Iglesia del convento puede alcanzar el don de la indulgencia. ¡Ojalá esta celebración nos ayude a participar de su espíritu! Y que podamos seguir gozando de la presencia de las Clarisas muchos años (y siglos) más.