­Es uno de mis cuadros favoritos. Lo han representado los mejores pintores de la Historia, pero sin duda la mejor versión es la del pintor italiano Tintoretto. La obra representa a Susana, cuya historia es narrada en la versión griega del Libro de Daniel, capítulo 13. La historia de Susana es la de una joven «muy bella y temerosa de Dios», esposa del rico Joaquín, a quienes dos viejos espían en el baño. La intentan obligar a tener relaciones sexuales con ellos, diciéndole que, si no accede, dirán que se ha quedado sola, sin sus doncellas, para estar con un joven. Susana no cede a sus amenazas. Entonces los viejos la acusan de adulterio y consiguen que se la condene a muerte. Interviene entonces el profeta Daniel quien, interrogando a los ancianos, acaba probando la falsedad de la imputación, con lo que Susana se salvó y los ancianos fueron ejecutados. Es también la historia conocida como de la Casta Susana.

Seguro que la trayectoria política de Susana Díaz en su afán por hacerse por la Secretaría General del PSOE desde la plataforma de la Junta de Andalucía ha inspirado muchos artículos periodísticos basados en este episodio del Libro de Daniel. De ese error y su trascendencia, doble ya, por cuanto se ha cometido en dos ocasiones, de amagar y no dar, hablaremos hoy aquí. A Susana no le susurran los viejos del cuadro de Tintoretto, sino los barones del PSOE, los mismos que criticaron un posible pacto nacional de carácter transversal de gobierno de los socialistas con Podemos, que gobiernan en sus respectivos territorios con o gracias a la formación del círculo y o con otra fuerzas nacionalistas. Los barones empujaron de nuevo a Susana a dar el paso, pero se vieron apretados contra la pared en la noche de autos previa al 28 de diciembre, como ya relatamos aquí en su momento, con la advertencia de una resolución federal que inhabilitaría todos los pactos territoriales y en ayuntamientos.

El tercer asalto no se ha producido, pero leo en la prensa nacional que Susana advierte a Sánchez que tendrá que sacar mejores resultados el 26J para no sufrir un combate por la Secretaría general. En la prensa aparecen como los «críticos del partido». Pedro Sánchez tiene razón en cuanto que el problema no es el mismo, sino la falta de unidad. Pero el asunto tiene más calado y trasciende mucho más a la rivalidad entre los dos líderes. Centrémonos en el debate que se remonta al origen de las primarias en el Partido Socialista, criticadas desde su implantación por Alfonso Guerra y con bastante razón. En cuanto se elige a un secretario general por este sistema, se inviste a un líder con pleno poderes, al modo de los antiguos césares, fenómeno del cesarismo, al que ningún órgano le puede toser, y puede que no se garantice de manera expresa el respeto a los derechos básicos de una minoría que pudiera ser del veinte, treinta o el porcentaje que sea (las misma explicaciones que doy para al panorama nacional, pueden servir para Alicante, por cierto).

Es el problema de origen del defecto de las primarias, vendidas a todos los niveles como panacea, lo que puede haber llevado a la situación actual. El PSOE, como ha explicado Alfonso Guerra en muchas ocasiones, nunca ha sido un partido de primarias. Ni tampoco ha sido un partido institucionalista (para eso está el PRI mejicano), donde se pueda anteponer una presidencia de cualquier institución (una alcaldía también vale) al partido. Y en eso Pedro Sánchez ha sabido estar en su lugar, ha podido pactar sólo con Podemos y/o barra independentistas con el único fin de ser presidente, y no lo ha hecho. España y su partido o viceversa se anteponen a ello. Tan sólo por eso creo que sigue mereciendo la confianza de muchos, mientras a Susana le sigan susurrando al oído. De lo demás hablaremos más adelante. Veremos.