Se equivocaba Iglesias cada vez que pretendía formar junto a Sánchez un gobierno que tildaba de «a la valenciana». Nada más lejos de la realidad de sus necesidades y prioridades. Sus necesidades pasaban y pasan, por poner lo más difícil posible la formación de Gobierno a un Sánchez dispuesto a todo, que por fortuna tuvo el freno de su Comité Federal. Sus prioridades, para la formación del llamado ejecutivo de cambio progresista de izquierdas, en el que inconcebiblemente se incluía al PNV, un partido nacionalista/independentista de la más rancia derecha eclesial, pasaban por el reparto equitativo de ministerios y detentar un poder omnímodo en el ejecutivo a conformar. De nuevo se equivoca el líder populista en sus apresurados y desacertados análisis de lo que sucede en la política española, incluso en la que participa su propia formación. En la Comunidad Valenciana, como de todos es sabido, el ejecutivo, liderado por Oltra y presidido por Puig, tiene únicamente dos socios en el ejecutivo, Compromís y PSOE, con la bendición y apoyo desde los escaños del movimiento podemita. Si es a eso a lo que se refería, coincidía con lo que Sánchez, una vez constreñido por sus barones, pretendía y le ofrecía en la alocada carrera hacia la Moncloa. Que le prestara su apoyo con un sí, o con la abstención. O sea, a la valenciana. Aunque firmantes del denominado Pacto o Acuerdo del Botánico, Podemos dejó muy claro desde las primeras conversaciones que no formaría parte del ejecutivo presidido por Puig.

Para definir con exactitud sus propósitos, Iglesias debería haberse fijado en el mapa, pero un poco más al sur, en una ciudad entre el Mediterráneo y el Benacantil. Alicante, su Ayuntamiento, es el ejemplo que debiera haber tomado como referencia. A la alicantina, sin saberlo Iglesias suspiraba por un gobierno «a la alicantina». En el Ayuntamiento de la ciudad donde la primavera tiene su residencia oficial, sí que los podemitas forman parte del gobierno municipal, no con mucho éxito, todo hay que decirlo. Los desencuentros con el alcalde socialista, que se ve en la extravagante tesitura de, en ocasiones, de votar con la oposición, y las malas relaciones, una vez detentando poder, entre las diversas confluencias que componen la candidatura de la marca blanca de Podemos, con un vicealcalde que pretende ser alcalde en lugar del alcalde, no augurarían nada bueno para un gobierno de la nación de estas características. Sin duda el equivocado Iglesias, desde el principio de su propuesta, en esas continuas ruedas de prensa en sede parlamentaria que hemos tenido que sufrir durante cuatro meses inaguantables, debiera haberse referido al gentilicio femenino de Alicante.

Pero si un remedo del gobierno a la valenciana, dejando de lado las personas que componen ese Consell bicéfalo en su dirección, hubiese tenido consecuencias como mínimo ominosas para nuestro país, uno a la alicantina, a la vista de la gestión del tripartito cuando está próximo el año en el poder, hubiese sido nefando para la gobernabilidad de España. El componente errático de la acción en las decisiones surgidas de los despachos de unos y otros, la visibilidad de la soledad de la Alcaldía y su grupo en temas de trascendencia para la ciudad, el empeño en crear problemas en vez de solucionarlos por parte del vicealcalde, y el huero parlamento del portavoz, junto a la pérdida de la mayoría, ante la negativa a renunciar a su cargo de concejal de la podemita Belmonte, hacen que el desgobierno se haya instalado en la casa consistorial con visos de no abandonar el edificio hasta que acabe la legislatura. En casos como el presente se hace difícil dar valor a una de las máximas de Stefan Zweig, cuando afirma que la responsabilidad confiere grandeza al hombre.

Se equivocaba Iglesias, se equivocaba como la paloma de Alberti. Por querer ir al sureste, fue al este, se equivocaba creyendo que el Congreso era un plató, creyendo que la casa del pueblo estaba vacía hasta que él llego con su pandilla, creyó que su voz era la única, que las demás eran impostadas. Se equivocó Iglesias, ya no hay nadie que en el mar enterrar, pues el jinete del pueblo dejó de galopar cuando Ibárruri y Alberti se sentaron en aquella mesa de edad de las Cortes Españolas para dar paso a la democracia y la Constitución que el equivocado Iglesias está empeñado en demoler.