Parece que fue ayer y sin embargo esta es la tribuna número 200; es decir, ahora se cumplen casi cuatro años en los que, cada martes, me asomo a esta ventana. Doscientas semanas en las que he escrito de todo, pero me quedo con lo que más me ha llenado, cuando he tratado sentimientos personales, cuestiones que marcan, que dejan huella, en un sentido o en otro, para bien o para mal.

En estos cuatro años me habéis premiado con vuestra amistad -¡que es mucho!- y me lo habéis consentido todo -¡que no es poco!-, y lo habéis demostrado parándome en la calle para decirme que os gusta lo que publico -¡espero que sigáis parándome!-, aunque también es cierto que -sobre todo cuando escribo de política- parece que no acierto a explicarme claramente para que se me entienda. ¡Prometo tratar de enmendarme en ese sentido!.

Esta es la tribuna 200 y, si me lo permiten en el periódico, espero doblar la cifra, porque creo que todavía me queda cuerda, aunque cada vez -¡os lo prometo!- me cuesta más ponerme a escribir, pese a que en Oleza hay temas suficientes como para seguir, y ¡siempre que sobre mí no se inventen cosas nada agradables!; por ejemplo, como cuando corrió el bulo de que, como dicen en la huerta, tenía un mal malo. ¡Gracias también a esas personas por tenerme muy presente en sus pensamientos!.

En éstas 200 tribunas ha habido de todo, como en botica, pero me resultan más queridas y entrañables las que dediqué, por ejemplo, a mi padre -fallecido hace trece años- cuando «nuestro equipo» ascendió a Primera División, o a mi hermana -que tuvo que pasar por una mesa de operaciones para subsanar un grave problema del que está felizmente recuperada-. He escrito contra los «podemitas», las drogas y sobre los «locales de alta intensidad»; sobre el coraje de quien da un paso importante en su vida para labrarse un futuro desde la Universidad. Y he escrito de la gente que quiero y siempre querré, de Carmen, mi Carmen, mi «feucha», que -aunque ahora está lejos, pese a que yo la siento muy cerca- siempre ha estado en las buenas y, sobre todo, en las malas.

Y en estas 200 tribunas ha habido un espacio importante para la crítica, ácida pero constructiva. Hay quien asegura que en muchos sectores de la sociedad oriolana no me ven con buenos ojos por escribir lo que escribo, pero tened en cuenta que, como canta Loquillo, «no vine aquí para hacer amigos», aunque tampoco me considero el verso suelto de mi profesión, ya que entiendo que «se consigue más lamiendo que mordiendo», aunque de vez en cuando no está de más enseñar los dientes. Y la verdad es que, pese a todo, creo que no me ha ido mal, porque soy de los que dice que «la vida da segundas -¡y terceras, cuartas, quintas?!- oportunidades», aunque, eso sí, hay que buscarlas. Hay algunas máximas que, últimamente, me han llamado la atención y dicen algo así como «brindo por todo lo malo que he hecho, porque de lo bueno nadie se acuerda» o «nadie nota tus lágrimas, nadie nota tu tristeza, nadie nota tu dolor, pero todos notan tus errores» o «a veces me pregunto si habrá alguien que se alegre de haberme conocido» o, por último y aunque hay muchas más, una que muy bien pudiera haber acuñado un filosofo conductista «no te acerques a una cabra por delante, a un caballo por detrás y a un tonto por ningún lado».

Muchas veces, en estas 200 tribunas de opinión, habréis leído nombres que no os sonaban de nada, ¿verdad?, pero el que más me ha llamado la atención en los últimos tiempos es el de «repareitor», el hombre que pone reparos a todo lo que se «menea». Va a ser como esa concejala de Torrevieja que, después de ordenar el cierre de mogollón de chiringuitos en plena temporada de verano, estuvo a punto de firmar un decreto para «cerrar» el edificio del Ayuntamiento. Entiendo que «repareitor» -ese mocetón vascuence que se permite el lujo de hacer declaraciones que no vienen al caso y que ponen en entredicho la «viabilidad» consistorial- debería -por el hecho de ser funcionario- estar sujeto a una cierta confidencialidad, aunque a los medios nos venga de puta madre que saque los pies del plato de vez en cuando. Por poner reparos va a pronunciarse contrario a que incluso se vaya a mear en el palacete del Marquesado de Arneva, abortando así cualquier iniciativa que se encamine a reflotar la vida pública en este pueblo. Mientras, él -parafraseando la máxima de Manuel Fraga, ¡la calle es mía!- se ha llegado a enfrentar a los guardias de palacio por aparcar una «bici» en el zaguán de la «casa de todos», por lo que yo también podría dejar mi moto detrás de la puerta, ya que, total, allí no molesta a nadie.

En fin, 200 tribunas de opinión dan para mucho y no quiero que, en esta efeméride, se me olviden ciertas cosas, por ejemplo daros las gracias por serme fieles cada semana puesto que «de bien nacido es ser agradecido».