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Antonio Sempere

Manirrotos

Sugiero una solución salomónica para que la nueva televisión autonómica no se estrelle en las simas de la más absoluta invisibilidad. Dado que el borrador del proyecto se contempla que serán dos los canales que se van a poner en marcha (más un tercero por a través de la web), considero que el modelo más pertinente sería el de la EiTB vasca: con un canal que emita en castellano y otro en valenciano. En el País Vasco las audiencias son elocuentes. El canal que emite en castellano tiene más poder de convocatoria que el que se expresa en euskera. Pero ambos cohabitan creando marca. Una marca en absoluto cuestionada por la ciudadanía. Las dos emisiones hacen país. Las dos emisiones vertebran.

Los políticos que tan alegremente piensan que la Comunidad Valenciana en materia lingüística funciona como Cataluña yerran. Para empezar, Cataluña es bilingüe. La Comunidad Valenciana, no. La mayoría de los catalanes usan indistintamente las dos lenguas oficiales. La mayoría de los valencianos son monolingües. Si acotamos a la provincia de Alicante, de sus dos millones de habitantes empadronados, los valenciano-parlantes no llegan a medio millón.

Que la televisión autonómica hable castellano no sería ningún demérito. Ni para sus hacedores ni para sus espectadores. Las cosas son como son, no como debieran ser. Y los políticos deberían ser los primeros en saberlo. Condenar a una televisión pública al ostracismo, con un techo del 1% de audiencia, daría pie a acusar a sus gobernantes de manirrotos.

La excelente serie de ficción Merlí, que logró un seguimiento del 17% en su estreno en «prime time» en TV3, se ha estrellado en La Sexta, doblada al español, con un escueto 4%. Evidentemente el comportamiento de los espectadores catalanes no es el mismo que el del resto de españoles. Incluidos los cinco millones de valencianos. Continuará.

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