Está claro que el modelo de sociedad es parte del debate ideológico de los partidos. En el momento que tú dibujas qué tipo de sociedad quieres, estás intentando aglutinar a un sector de la sociedad. En las sociedades democráticas avanzadas los matices sobre el modelo de sociedad tienen que ver con cuanto poder vuelcas sobre el Estado o cuanto dejas a los ciudadanos. Es decir, una dinámica más liberal o más intervencionista.

Está claro que determinadas cosas parecen razonablemente correctas administradas por el Estado. A nadie se le ocurre que nuestra Defensa no esté gestionada por nuestra Estado. Y muchas cosas más. Pero las funciones del Estado y sus formas de organización tienen que ver con el debate político. Y podemos discutir qué modelo de organización territorial, o competencial, queremos tener para los próximos decenios. Eso es el debate parlamentario, o representativo.

Pero no voy a hablar de eso, que casi es de tesis doctoral. Voy a hablar de las nuevas dinámicas implementadas por los nuevos populismos votados en las últimas elecciones. La gente vota en libertad, esto es una democracia, pero tenemos que llevar cuidado con no perder nuestras libertades individuales. Algunos de estos partidos han decidido que pueden reescribir la Semana Santa y las Cabalgatas de Reyes. Esa intromisión en las costumbres es propia de los regímenes que necesitan justificar, ante los suyos, las nuevas dinámicas de poder. Nada hay más poderoso que cambiar los usos y costumbres de la gente. Pero esa malformación mental solo es atribuible al menosprecio por los que no piensan como yo, o la incapacidad para respetar las creencias de los otros.

Ese colectivismo baratero tiene su origen en la imperiosa necesidad de algunos por utilizar el Estado, o sus herramientas, para adoctrinar al pueblo. Esas fórmulas están bien ensayadas en el pasado. Nada nuevo bajo el sol. Al individuo se le despoja de esa crítica necesaria para que una sociedad avance y se le dice lo que ha de comer, lo que ha de vestir y en última instancia lo que ha de pensar. El movimiento asambleario te dirá en qué colectivo te adscribes y te recomendará seguir las directrices aprobadas por la mayoría. Ahí uno ya pierde su libertad, porque está supeditada a la decisión grupal. Una vez hemos decidido cómo pensamos y cómo actuamos, el individuo queda maltrecho y obligado a cumplir con el mandato de la mayoría.

Esta fórmula fue vilmente utilizada en la historia por cantidad de totalitarismos, a los que, casualmente, estos nuevos populismos dicen enfrentarse. El movimiento abertzale en el País Vasco lo llevo a sus máximas expresiones fundando partidos, sindicatos, campamentos, tabernas y, como no, un grupo terrorista. Por eso, también, estos nuevos populistas son capaces de entender a los terroristas. Para el resto de ciudadanos es pura matanza y repugnancia.

Pero los populismos también tienen ese toque folclórico que los hace graciosos y dañinos. Véase sino la «magnífica» idea de la CUP en Cataluña para que las mujeres utilicen otros elementos en sus partes. Como estos nuevos estatalistas no tienen reparo en sus imposiciones acaban diciéndote qué tienes que ponerte en el «parrus» para solventar los problemas femeninos. Esto puede parecer una anécdota, que lo es, pero lo verdaderamente preocupante es la intromisión en la vida privada de las personas que queda supeditada a la decisión de la asamblea. En esto consiste el juego de la eliminación de la decisión de la persona que queda marginada a una decisión tribal, sea del tipo que sea.

Ya sé que a poca gente le parecerá seria esa recomendación. Pero lo alarmante, repito, no es que se sustituyan las compresas industriales por estrellas de mar, sino el hecho de que lo planteen como el nuevo modelo de sociedad que el partido tiene para ti, querido redil. Y en esta montaña rusa que es el ver quién dice la tontería más grande, subyace una forma de ver a la persona. Una persona que nada tiene a su favor, excepto comulgar con la decisión, por muy arbitraria que sea, de un colectivo sabelotodo.

Si hay que elegir entre el individuo y esa colectividad, yo elijo a la persona. Pero nuestra sociedad se rige por un sentido de colectivo no autoritario, ni mandón. Precisamente su esquizofrenia viene motivada porque predican lo contrario de lo que hacen.