Cuando esta semana se conocía que la centuria oficial de los intelectuales y artistas de siempre, los del régimen ortodoxo, firmaba su enésimo manifiesto -esta vez a favor de la unión de Podemos e IU para concurrir en comandita a las próximas elecciones generales-, la sociedad respiró tranquila. Habemus manifiesto. Se había dado el preceptivo «nihil obstat» a la operación por la unión de las fuerzas del progreso, las más demócratas de cuantas concurrirán a las elecciones, las únicas que defienden la verdadera libertad, las que luchan sin desmayo contra los poderosos, los plutócratas, los explotadores del proletariado y los chupasangres del pueblo. Los «espartacos» de Podemos e IU pasaban a constituir una formación imbatible pese a que ellos y ellas sigan batiéndose en la desconfianza mutua. Y entre los sempiternos firmantes del manifiesto comunista (170 años después de que Marx lo inventara) estaban los sempiternos de siempre: Carlos Bardem, hermano de Javier, el que contratara una de las clínicas más caras de Los Ángeles (la suite costaba cerca de 3.000 euros al día) para que su esposa, Penélope, diera a luz en vez de hacerlo en la Seguridad Social española o en la amada Cuba; José Sacristán, que desde la Transición siempre tiene cara de enfado, director de «Cara de acelga»; el Gran Wyoming (qué sería de la Humanidad, Gran, sin tu magisterio, sin tus peroratas nocturnas, sin tus generosos consejos; no quiero ni imaginarlo); Fernando Tejero, el burlesco cómico que les dice en Twitter a quienes critican su apoyo a Podemos: «comerme el rabo» (a falta de un argumento más epistemológico y ante la robusta contundencia del expuesto, Tejero, todo podría ocurrir, todo). Y el podemita Alberto San Juan (nada que ver con el evangelista), que interiorizando su papel como en el Actors Sudio representó esta semana en Madrid los títeres del «Gora Alka ETA» como un deber cívico y en protesta contra el momento preocupante y dramático que vive la libertad de expresión en España; por eso él se pudo expresar libremente. Creo que la próxima actuación será en Irán. Es la vuelta de «tuerka» de una «Ceja» recidiva con unos cuantos años de más.

El manifiesto que refiero recogía, entre otras cursis proclamas, la que reza «? construir un instrumento a vez estable y ágil para la defensa de los de abajo...» (tratándose de instrumentos estables y ágiles para los de abajo no me extraña que lo firmara Tejero). Pero como esta semana se cumplía el 30 aniversario de la mayor catástrofe nuclear de la historia -500 veces mayor que la bomba de Hiroshima-, el de la central nuclear Lenin de Chernóbil (qué paradoja, un desastre nuclear en un paraíso comunista y ecologista de nombre Lenin), el manifiesto de los cien intelectuales y artistas del «estado español» recoge una referencia a la lucha contra el «ecodicidio». Algunos de estos ecologistas «avant la lettre» olvidaron, casualmente, condenar el ecodicidio de Chernóbil seguramente porque la radiación comunista es mucho más sana que la capitalista, más horizontal, todo el pueblo se puede beneficiar de ella sin privilegios de clase.

La unión táctica de Podemos e IU para las elecciones que tanto alaban los del manifiesto viene de la mano de sus dos líderes, Pablo Iglesias (no confundir con el otro) y Alberto Garzón (nada que ver con el otro). Y para ir avanzando en el camino sin retorno hacia la democracia comunista y la verdadera libertad, hacia la paz y contra la violencia, ambos formaciones eco-pacifistas tuvieron el inmenso orgullo de presentar en el Parlamento Europeo a otro adalid de la paz y contra la violencia, el amigo Arnaldo Otegi. Nuestro moderno Gandhi deconstruído no perdió el tiempo. Para empezar, y contra de lo que ustedes dos podían pensar, Otegi no condenó el terrorismo de ETA, ni pidió perdón a los mil asesinados por la banda, ni a las decenas de miles de agraviados que sufren diariamente la herida de la ausencia irrecuperable de sus seres queridos. Pero el hombre de paz sí tuvo ocasión de llamar «refugiados» a los etarras huidos (Refugees Welcome) y pedir la liberación de los «presos políticos». Quizá olvidó pedir que vuelvan también de los cementerios los mil asesinados por ETA, o quizá, como sabe que no pueden volver, prefiere referirse a sus amigos vivos.

No han tenido tiempo los cien «intelectuales y artistas» del régimen -los abajo firmantes de siempre que tanto se quejan de la falta de libertad en el «Estado español» pero no de los abusos dictatoriales de Maduro o Fidel Castro- de firmar un manifiesto contra la presencia de Otegi en Bruselas y denunciar con total contundencia los crímenes de ETA. Eso si habría sido un instrumento estable y ágil para la defensa de los de abajo, las víctimas, y un instrumento estable y ágil para denunciar a los de arriba, los verdugos de ETA que dispararon a la nuca de sus víctimas arrodilladas. Pero la voz de este inquietante hombre de paz que está recorriendo Europa no podrá ahogar los gritos de quienes están en la paz de los cementerios porque otros hombres de paz allí los enviaron.