No es el título de una novela de Vila-Matas. Ni el de una película de arte y ensayo. Aunque bien pudiera serlo. No voy a hacerle, apreciado lector, ninguna recomendación cultural. Es todo más prosaico.

Me encuentro con mi amigo, compañero de desayunos, en nuestro bar habitual, y me pregunta si sabía que Franco era hijo adoptivo de Elda. -¿Franco Batiatto?- le repregunto desorientado. -No hombre, no. Franco. El caudillo, coño- me replica con ímpetu.

Parece ser que unos «sherlocks» de la Izquierda Unida local descubrieron, tras setenta y seis años de inopia de la ciudadanía eldense, que Francisco Franco Bahamonde era hijo adoptivo de este pueblo con título de ciudad.

Un servidor no es precisamente un «fan» de Franco; a mi abuelo Emilio lo mataron los falangistas. Sin embargo, como no viví el «régimen» como para que despertara en mí filias o fobias, no malgasto ni un adarme de mi atención en ello, y dejo que sea la historia la que juzgue al personaje.

Ahora parece que esos «atareados» munícipes proponen que cambien el nombre de no sé cuántas calles por tener reminiscencias franquistas. Y ya de paso, que se dedique el monumento a los caídos del parque de la Concordia a los siete eldenses que sufrieron los horrores de un campo de concentración nazi. El concejal señor Vicente ya ha explicado atinadamente que en los años noventa se modificó el destino del monumento para honrar a «todos» los caídos durante la Guerra Civil. Pero según parece, este grupo quiere que sea solo para esos siete. Es decir, cambiar la generalidad por la parcialidad. Esto es, incurrir en lo que «teóricamente» quieren combatir. Más de lo mismo.

Convendrán conmigo en que, en efecto, sería censurable que nuestro Ayuntamiento llevase a cabo algún tipo de reconocimiento al dictador y su régimen. Pero me pregunto si, después de setenta y seis años, es necesario dedicar algún tipo de esfuerzo para retirar ese título ignorado por todos, y que lo hubiera seguido siendo si no fuera porque esos perspicaces munícipes no hubieran sacado del baúl mundo de los recuerdos más recónditos la mención honorífica. O en cambiar el nombre consolidado de calles que, en algunos casos, si preguntáramos a nuestros conciudadanos, no sabrían decir si guardan o no alguna relación con el franquismo.

Lo de la Ley de la Memoria Histórica está muy bien, aunque este caso no evita que me haga algunas preguntas: ¿dicha medida va a amentar la ocupación laboral en la ciudad? ¿Los servicios públicos van a ser mayores y mejores con ello? Y una más inquietante, ¿cuánto dinero público va a costar la adopción de estas medidas? Porque dinero va a costar desde el momento en que se va a nombrar un comité de «expertos» que evacúe un informe acerca de la pertinencia de esas sustituciones. Resulta llamativo que los ediles proponentes, mientras apoyan este gasto, se opongan a la decisión de asignar dinero público a las distintas fiestas de esta ciudad en que participan miles de ciudadanos. Todo ello con unas arcas locales últimamente empobrecidas. Vivir para ver.

Veremos quienes son los «expertos» nombrados para el comité, pues de ello va a depender que el resultado sea o no sea un «bodrio». Y ejemplos recientes tenemos en muchas ciudades de España.

A la vista de los hechos, se conoce que este Ayuntamiento gusta mucho de los juegos florales. Ya saben: que si la prohibición de circos sin animales y cosas así. Pero de las «cosas de comer», que son las que verdaderamente importan a la ciudadanía, por ahora, «calma chicha». ¿Incapacidad?

Así que, lector paisano, celebremos que a Franco le han retirado el título de hijo adoptivo de Elda y que van a cambiar el nombre de un montón de calles, porque nos van a ahorrar muchos quebraderos de cabeza. Y mientras tanto, todavía muchas aceras rotas. O sea.