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De cuyo nombre...

«Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.

-Sí, tengo. Mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?

- En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar?»

Es el episodio de los batanes. Estaban en la alta noche don Quijote y Sancho buscando acomodo en el bosque cuando se apercibieron de los estruendos. Mazas de madera, movidas por el agua de un río, golpeaban fieramente sobre unos tejidos. Artilugios muy comunes en la industria textil de la época. La noche y la imaginación y el descubierto y la desolación de estar en medio de la nada hicieron el resto. Sancho se cagó literalmente por la pierna, don Quijote se lo hizo ver con una descacharrante sorna y don Miguel, a buen seguro, esbozó una sonrisa, ufano de su penúltima ocurrencia mientras la escribía, pluma de ganso en ristre en su única mano.

Hace cuatrocientos años que murió el inventor de la novela moderna, cuatrocientos años en que se puso en marcha la maquinaria pesada de la gran literatura española. A partir del Quijote todo fue posible. Sentó las bases de la composición, la estructura, los rudimentos de la narración, el planteamiento, el nudo y el desenlace. El Quijote es una asombrosa sinfonía de ocurrencias, una catedral de imágenes casi cinematográficas ensambladas con las palabras urdidas por un cerebro fuera de lo común. Habría que dar con los mecanismos que movían ese cerebro y dejar tranquilos los huesos, que no estaba en el tuétano el talento. El Quijote tiene tantas interpretaciones como páginas. Los dos caracteres opuestos pero complementarios, el yin y el yan, los extremos se tocan...

Hay un fresco en el Vaticano titulado «La escuela de Atenas», obra de Rafael donde se representa a un nutrido grupo de filósofos en actitud de diálogo o de trabajo. Entre Epicuro, Parménides, Anaximandro y otros muchos destacan arriba, en el centro de la composición las figuras de Platón y Aristóteles encarnados en los dos monstruos del Renacimiento: Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, respectivamente. Ustedes se preguntarán, con toda la razón, que qué tendrá que ver el culo con las témporas del año. Verán. Las figuras de ambos filósofos están representadas de tal forma, que compendian de modo exiguo pero certero el pensamiento de ambos. Platón/Leonardo alza el dedo índice apuntando hacia arriba, al mundo de las ideas, de lo trascendente, de lo etéreo. Aristóteles/Miguel Ángel baja la mano y apunta al suelo con la palma, a la tierra, a lo pragmático. En román paladino podría decirse que el uno tiene la cabeza a pájaros y morada en un castillo de aire y el otro los pies en el suelo y es partidario de que el buen gobierno de la cabeza empieza por la república de las tripas, dame pan y llámame perro, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, y en este plan.

Siempre pensé que don Quijote era un trasunto de Platón, con su amor platónico y todo, y Sancho una caricatura de Aristóteles aderezado con buenas dosis de hedonismo.

Ustedes sabrán perdonarme si este escrito les parece una solemne obviedad o una verdad de Pero Grullo pero me hacía ilusión meterme en amenes de pintura para interpretar una obra literaria de semejante calado. La pintura y la literatura, mis dos grandes pasiones.

Y yo que me afano y desvelo por parecer que tengo de pintor y escritor, la gracia que no quiso darme el cielo.

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