Es frecuente que actuemos en el ámbito político con una cierta indiferencia, como si todo nos diera igual. Así nos lo llega a parecer y desgraciadamente así lo es. Precisamente por ello habrá decisiones políticas que condicionarán nuestras vidas y que tan siquiera habremos visto venir.

A algunos políticos se les llena la boca con el Estado del Bienestar, palabras que suenan a slogan político. Porque aspirar a que el conjunto de las personas que habitan en cualquier Estado o Nación tengan cubiertas todas sus necesidades, no solo es legítimo, sino necesario. Pero llamarle a eso Estado del Bienestar, suena a guión de película cursi.

Algunos políticos cursis se pasan los días proclamando que serán ellos quienes traigan o repongan el Estado del Bienestar -perdónenme por mencionarlo otra vez- que a lo que se ve hay quienes se lo han cargado o tienen especial empeño en que nunca llegue.

La voluntad de hacer cosas, que tan bien queda cuando se expone en el programa de cualquier formación política, nada es si no se es capaz de generar los recursos suficientes que colmen de contenido el marco de las buenas intenciones.

Para ello nada mejor que favorecer los proyectos y las empresas de los ciudadanos. Eso es lo que realmente redunda en beneficio de la sociedad. Por el contrario, ponerles trabas y coartar sus legítimas ambiciones, incluidas las materiales, la empobrece.

Somos muchos, quiero pensar que la mayoría, los que queremos seguir viviendo en una sociedad -con todo lo que hay que mejorar- del corte de la tenemos, donde el Estado tiene la obligación de garantizar nuestros derechos, empezando por la libertad, pero sin convertirse en un monstruo que pretenda la gestión y el control de todo, que ya bastantes infortunios ha originado esa concepción de la organización social a lo largo de la historia.

La crisis económica y la sinvergonzonería de algunos han hecho que cale en la sociedad un mensaje que encierra una mentira y un engaño. La mentira es que todos son iguales, unos ladrones y unos sinvergüenzas. El engaño es que la solución está en dar una vuelta de tortilla a la sociedad en que vivimos.

La pillería en que muchos se han movido viene de atrás. El diagnóstico estaba hecho hace muchos años y a nadie parecía que le importara en demasía buscarle una solución, como si en tal empeño se complicase uno la vida sin necesidad.

Si al fin y al cabo la economía iba aceptablemente bien para una gran parte de la ciudadanía, ¿qué más daba que unos cuantos fulanos fueran poniendo el cazo y otros gastando en viajes y pitanzas lo que no está escrito?

En esto llega la crisis económica, arrecian las protestas, crece el malestar social y es entonces cuando empiezan a despertar algunas conciencias adormecidas, no ignorantes, que tímidamente al principio, ponen en marcha las actuaciones necesarias para la exigencia de responsabilidades a quienes se saltaron la ley, y por supuesto la moral, a la torera.

Quien suscribe no va a justificar las felonías de nadie, ni siquiera en base al acertado criterio de que las cosas del pasado no pueden juzgarse con los criterios del presente. Pero tampoco va a caer en la mentira y el engaño a que antes nos hemos referido. Que los tribunales decidan quienes deben piar sus culpas y nuestros gobernantes promuevan la necesaria regeneración democrática y el reforzamiento del Estado Social que proclama nuestra Constitución. Para vueltas de campanas, con las de nuestras iglesias tenemos suficientes.

Y por supuesto que cada palo aguante su vela. Todos los ciudadanos, o casi todos, somos responsables en alguna medida de la sociedad en la que vivimos. No queramos eximirnos de la responsabilidad social que nos corresponde ni de lo que ha sido ni es de nuestra vida. Las acciones de los demás, por desacertadas o miserables que hayan sido no pueden servirnos de coartada para todo. Porque a esta confusión es a la que se está llegando en amplios sectores de la población.

De nuestros sentimientos y de nuestras acciones, del pasado y del presente, los principales responsables, por lo general, somos nosotros mismos. En nuestras frustraciones, nuestros odios y rencores, nuestras envidias, en lo que hicimos o dejamos de hacer y en lo que hacemos o estamos por hacer, no cabe duda que han tenido que ver las circunstancias en que nos ha tocado vivir, pero en todo ello, la mayor parte de las personas, nos guste o no reconocerlo, hemos tenido y tenemos mucho que ver.