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Tomás Mayoral

Lección de indignación

No tengo el honor de conocer a José Mayans, aunque seguramente pase tanto tiempo como él en San Blas. José es entrenador de un equipo de fútbol base, en la categoría de benjamines, el Atlético San Blas, y el otro día protagonizó un acto infrecuente y realmente ejemplar. Paró el partido en el que su equipo se estaba jugando el campeonato para echar del campo a unos aficionados, seguidores de su propio equipo, que habían insultado a un jugador del equipo contrario. El niño (en benjamines, aunque sea una obviedad decirlo, son niños de 9 y 10 años) había roto a llorar ante el aluvión de insultos y cuando José se dio cuenta no se anduvo por las ramas. Buscó a los impresentables aficionados, los obligó a abandonar el anonimato de la masa, amenazándoles con suspender el partido, y los echó del campo. El juego se reanudó y el equipo de José ganó, limpia y merecidamente, el encuentro y el campeonato por 6-2. Felicidades, por cierto.

Podría parecer un gesto pequeño en un partido pequeño jugado precisamente en una categoría pequeña y por jugadores pequeños, pero, qué quieren que les diga, a mí parece que lo que hizo José es algo enorme. Una lección en toda regla. Una lección de indignación. Parafraseando lo que Durrell decía del arte, hemos hablado mucho de la inutilidad de la indignación, pero no del consuelo que procura. Especialmente cuando deriva en un acto cargado de razón, cordura y sentido de lo que es justo y lo que no lo es en vez del habitual cabreo seguido de dejarlo pasar de largo para evitarse problemas. Cuando leía el martes en este periódico la entrevista de César Hernández a José Mayans y cómo justificaba por qué hizo lo que hizo, me emocionó darme cuenta que aún hay gente capaz de hacer lo correcto aunque le pueda costar un Campeonato, un título que para él, tras una temporada de trabajo seguramente muy duro con esos niños, debía significar muchísimo. Contiene tantas lecciones su gesto que se convierte en todo un tratado de ética. Lecciones para su equipo (hay cosas en la vida más importantes que ganar), para el equipo contrario (hay que luchar siempre contra los que nos humillan) y, por supuesto, para los que fueron capaces de insultar tan gratuitamente a un niño que solo quería jugar al fútbol (un acto malvado nunca debe quedar impune). Reitero las felicitaciones, don José, aunque esta vez por recordarnos algo que olvidamos a menudo: la indignación debe servir para algo.

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