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Matías Vallés

Pedro Sánchez se niega a gobernar

La alianza PSOE/Ciudadanos pasará a la historia como el primer pacto postelectoral encaminado a impedir la llegada al poder de sus socios. Si las muy limitadas dotes políticas de Pedro Sánchez dejaran un resquicio para el cinismo, le cabría al menos la disculpa de que ha conseguido burlarse de millones de contribuyentes sin apartarse de su discurso misericordioso.

Según volvió a demostrarse ayer en los estertores de la legislatura abortada, las únicas posibilidades de Gobierno que brindaban las elecciones del 20D consistían en un pacto PP/PSOE con un conservador de presidente, o en la unión de izquierdas bajo la batuta de Sánchez. El secretario general socialista no solo optó por una vía estéril, que le supuso dos vapuleos consecutivos en el Congreso. Además, su abrazo con Albert Rivera bloqueaba toda posibilidad de gobernar España, empezando por la que debía encumbrar a este candidato incapaz de leer dos líneas seguidas de su discurso de renuncia sin tropiezos.

Sánchez se niega a gobernar. Es culpable y no víctima de lo ocurrido. Su responsabilidad le deja a muy corta distancia de Mariano Rajoy, que pretende instalarse eternamente en la Moncloa, con completa independencia de los comicios y de las indicaciones de la Zarzuela. Ambos castigan a los votantes, a quienes reprochan a coro que hayan nutrido a opciones disolventes del bipartidismo.

En efecto, el abrazo a muerte de Sánchez es con Rajoy, aunque ambos disimulen con los indoloros bofetones circenses de ordenanza. Han convertido las urnas del 20D en una papelera. La trampa léxica de la «repetición de elecciones» pretende disimular la anulación del resultado de los comicios.

El 20D se repitieron las elecciones de 2011, y así sucesivamente. Convocar nuevos comicios sin un desenlace de los anteriores supone una aberración. La alianza sagrada entre Rajoy y Sánchez se detecta en que el secretario general socialista reserva sus golpes auténticos para Podemos.

Cuando Sánchez señala que «el ala dura de Podemos es Pablo Iglesias», rima con «el caradura de Podemos es Pablo Iglesias». Pese a tratarse de una encarnación demoniaca, el PSOE ha utilizado al partido emergente de trampolín en media docena de comunidades, para garantizarse el poder autonómico que las urnas le negaban. Difícilmente puede explicar Sánchez la disparidad de criterio, pero tampoco le importa demasiado. Con la excusa siempre bienvenida de los catalanes, ha logrado que su socio Mariano Rajoy siga tan campante en la Moncloa.

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