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El cuarto oscuro

No te muevas más, si no, la señora te va a meter en un cuarto oscuro que tiene ahí dentro».

El otro día escuché esta frase, harto conocida por todos los que tenemos una edad, aunque esta vez quien estaba diciéndola era una mamá treintañera, con el fin de frenar a su niña de cuatro años que se había propuesto poner patas arriba la verdulería. Y no es la única vez que oigo nombrar al cuarto oscuro en estos últimos tiempos.

En su día a mí me amenazaban con aquello de que si no me portaba bien, me llevaría «El hombre del saco», a otros les hablaban del «Mumo»... ¿Agua pasada? Eso creía yo, pero parece que no es así. Por lo visto esos trucos de adulto desbordado aún se dicen, aún se mantienen en circulación. Lo que ocurre es que estas formas, que han llegado hasta hoy, entonces solían obtener lo que podríamos llamar «buenos resultados», porque los niños, en efecto, se asustaban un poco? y hacían caso. Pero ahora, además de ser dudosas por su pretensión de asustar, se suelen recibir con indiferencia, y es que en realidad, se dicen sin ningún convencimiento. Total, que no se las cree nadie, ni quien las dice, ni a quienes van dirigidas.

De hecho, en la escena que presencié, se me escapó un pequeño comentario un tanto irónico dirigido a la mamá:

-Ah, ¿pero eso aún se lleva?

-Sí, pero mire el miedo que le da a ella: ninguno.

Entonces, pensé para mis adentros, ¿para qué se lo dice...?

Me pregunto por qué elige esta madre un antiguo recurso de amedrentamiento para frenar a su hija, cuando quizás a ella en su infancia, ese mismo sistema la aterrorizaba. Me pregunto por qué no fueron suficientes sus palabras explicándole a la niña que la fruta se podía estropear si se toqueteaba, o que estaba prohibido hacerlo. Me pregunto por qué no pudo intervenir con la suficiente firmeza desde su papel de madre. Pareciera que intenta poner un límite, pero «por boca de otros», como si considerara del todo imposible que la niña le hiciera caso. O sea, dando el tema por perdido antes de pelearlo. Dice lo del cuarto oscuro sin pretender que la hija se lo crea, y así, en vez de expresar su deseo de que deje de tocar la fruta, lo que dice es una frase que no tiene nada que ver con lo que está pasando. Eso confunde a la niña y hace que la demanda quede sin efecto.

Con frecuencia, y en distintos foros tanto educativos, como psicológicos, se habla de la necesidad de la ley como uno de los pilares estructurantes del psiquismo temprano, junto con el afecto. Una ley de a pie que actúe como representante de la realidad y sus limitaciones. Como símbolo de que no todo se puede hacer. Como señal de que hemos de instalarnos en el campo de lo posible, de lo real, y no de lo mágico, del placer a ultranza, del «todo lo puedo». Así lo he aprendido, tanto de la experiencia profesional y personal, como de la formación. Pero sobre todo a partir de lo observado y comprobado del comportamiento de los muchos niños que he conocido.

Recuerdo una nena de cuatro años que no sólo no hacía caso a nada, sino que más bien hacía lo contrario de lo que se le indicaba. Nunca le habían dicho que NO, así que se manejaba según sus apetencias del momento. Un día se le soltó a su madre de la mano, alegando que ya no era pequeña y sabía cruzar sola la calle, y no la pilló un coche de puro milagro.

Me acuerdo también de un nene de dos años y pico que no consentía que le cambiaran los pañales, así que se escocía y repartía olores, hasta que tenía a bien dejar que lo limpiaran.

También se me hacen presentes varios niños más que en su casa opinan y deciden sobre cosas que no les corresponden, como salir o no salir, ir a éste o a otro colegio, merendar en la mesa o en el ascensor, que se haga esta comida o aquélla, que su mamá tenga otro hijo o no lo tenga, etc. Y en el colegio a lo que se dedican es a oponerse sistemáticamente a lo que se les indica o a lo que «toca» hacer en cada momento. Parece que tienen la necesidad de retar, de transgredir o de ir en contra del adulto al cargo. Lo que ocurre es que al mismo tiempo y sin darse cuenta, van en contra de ellos mismos, porque en vez de ocupar su tiempo en jugar, aprender y relacionarse con los demás, están perdiendo el rato en su guerrilla particular, en la que ni lo pasan bien, ni avanzan en su evolución.

Este tipo de comportamientos está bastante extendido, pero no se solucionará el problema resucitando el cuarto oscuro, sino más bien haciéndoles el favor de pararles los pies con claridad, afecto y perseverancia, y de regalarles una ley que les dará contención, cuidados, seguridad y equilibrio. No hacerlo equivale a dejarlos a merced de sus impulsos, de su narcisismo, de su intolerancia a la frustración. Lo que viene a ser impedirles que maduren, que se desarrollen bien, que se puedan adaptar a las circunstancias y que ocupen su lugar de niños.

No digo que sea ni cómodo, ni fácil. Lo que digo es que es posible y que entra en el lote de ser un padre, una madre, un maestro, un adulto.

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