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Competencias e incompetencias

Un ayuntamiento puede hacer muchas cosas. Puede, por ejemplo, cambiar el nombre de las calles con mejor o peor criterio o incluso sin criterio reconocible. O puede discutir los horarios comerciales en su localidad con argumentos un tanto peregrinos tanto a favor como en contra. O puede organizar (con la Dipu) un fastuoso encuentro en Gotemburgo (tengo amigos allí que me lo han contado) que no resiste un análisis coste-beneficio: demasiado coste para tan poco beneficio... excepto el de reafirmar las propias competencias en ese tema. Pero hay muchas cosas que no puede hacer: cuidar de las carreteras comarcales, por ejemplo.

Eso es competencia de la Diputación que también puede asumir las de la promoción del senderismo o del turismo de la provincia, cosa, esta última, que, desde la Generalidad (la de Valencia), se intenta coordinar, que es la nueva palabra para controlar, porque de controlar se trata. Las competencias de esta institución son también variadas: puede, por ejemplo, aumentar las horas de valenciano en las escuelas o intervenir en la financiación de las universidades o decidir a quién compete el cáncer de vejiga en hospitales públicos, si a los urólogos o a los oncólogos. Cosas que tienen que ver con la educación y la salud. Pero no puede decidir su propia financiación, para lo cual depende del Gobierno central con el que ha de negociar solo o con otros, convocados por el que manda (el central) o «autoconvocados».

Cada uno de estos niveles tiene sus competencias más o menos definidas y se relaciona como sabe y puede con el nivel superior y con el inferior. Para todos ellos hay un sistema de control sea por la mera existencia de una oposición (cuando no está incluso dentro de la misma coalición de gobierno) o por la existencia de una cámara ante la que el ejecutivo, aunque esté en funciones, tiene que responder so pena de arriesgarse a comportamientos dictatoriales o, si se prefiere, poco democráticos si no ilegales.

¿Y ahí se detiene la cosa? Pues no. Por encima del Gobierno central hay un gobierno todavía más central aunque sin un sistema de control como en los anteriores. Me refiero al gobierno de la Unión Europea hacia el que, aceptando los varios tratados, los gobiernos centrales han traspasado competencias de forma que, como dicen los del «Brexit», se haya perdido soberanía. Gracias a ese gobierno se entienden confusos asuntos como los acaecidos con Cajas y Bancos: impuso decisiones, algunas pintorescas como el famoso 1 euro, so pena de castigos mucho mayores. El Gobierno central, entonces, competente en tantos campos, deja de serlo en aquellos en los que ha trasferido sus competencias a dichas instancias bruselianas. El más evidente es el de la moneda, razón por la que, curiosamente tanto desde algunas izquierdas como desde algunas derechas (ambas poco homogéneas), se aboga por la salida del euro ya.

Llegamos así a la incompetencia y en varios sentidos de la palabra. Primero, porque, como en todos los demás niveles de la política, hay asuntos en los que no se es competente ya que lo es el nivel superior que decidirá si, por ejemplo, se coordina con otras diputaciones para el arreglo de carreteras comarcales que no conocen fronteras administrativas, pero sí de prioridades e inversión. O se coordinan los gobiernos autónomos (relativamente autónomos, como ya dicho). O se coordinan los gobiernos centrales cosa que, como se ve, a medida que subimos de nivel encontramos menos casos claros de tal coordinación, como sigue sucediendo con la tragedia de los refugiados. Pero si no hay competencias, es que no hay competencias.

El otro sentido de la palabra «incompetencia» se refiere al modo con que se gestiona cada uno de esos niveles. Puede hacerse bien, «técnicamente» (medios-fines) o «políticamente» (beneficio electoral previsible para el que toma la decisión) o «socialmente» (beneficio de unos u otros ciudadanos). O puede hacerse mal porque no se sabe o porque no se quiere o porque no se puede (las coaliciones son así).

En esta campaña electoral que padecemos desde hace, por lo menos, año y medio, la incompetencia ha aparecido en un sitio diferente. Se trata de promesas que se hacen para ocupar un puesto en un nivel en el que no existe tal competencia. Es curioso, sí. Prometer algo que es competencia del nivel superior (o es imposible) es muy gratificante para el que promete, pero de lo más rechazable por mendaz o manipulador desde el punto de vista del que lo recibe. Estamos en ello. Ojo al parche.

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