Algunos de nuestros más conocidos compatriotas, esos que habitan en el papel cuché y/o hacen ostentación de sus grandes fortunas o negocios, y otros que detentan cargos públicos, lucen estos días trajes hechos por el sastre de Panamá, a la medida de sus cuentas corrientes, con sus bolsillos interiores preparados para la elusión, y con un corte paradisíaco que les ha permitido disfrutar de las ventajas de los que disponen de patrimonios más allá de las posibilidades del ciudadano medio. Pero nuestro líder adánico, Pablo Iglesias el aspirante a censor, prefiere vestirse de Pravda. Ansía ponerse el traje hecho con retazos de aquel órgano oficial de expresión de la Unión Soviética que fundara Trosky, y sentir en su piel el roce del totalitarismo expresado en la prensa tomada por el poder político. Esa sensación única, ese cosquilleo que recorre su anatomía, imaginándose como un nuevo secretario general del movimiento con poder omnímodo sobre los medios de comunicación.

Iglesias en su última actuación estelar en la Complutense, sabiéndose en su terreno y con el público ganado, en dos de sus acepciones, arremetió contra la labor de un periodista que tiene la desfachatez de escribir sobre él sin siquiera pedirle consejo, sin atender a sus correcciones que como profesor universitario en tantas ocasiones ha llevado a cabo con sus adoctrinados discípulos. Confunde una vez más el líder populista la casa de todos que es la Universidad, el templo de las ideas y la discusión, como análisis y comparación de las mismas, con la asunción de habitantes y visitantes de unas rígidas normas que obligan a compartir y asumir las tesis, que imparte desde su tribuna presidencial en conferencias o clases magistrales, y tiene a bien darnos a conocer.

En el mismo foro y día, hizo un canto contra la libertad de expresión, lo que para nada es nuevo en él, solamente haciendo un repaso a hemerotecas y videotecas, Iglesias deja muy a las claras lo que piensa y opina sobre los medios de comunicación. Está empeñado en fulminar el artículo 20.1 de nuestra Carta Magna, aquel que indica que se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. Por lo que se ve nuestro ínclito personaje, enredado en su dedicación exclusiva al estudio de la acción y democracia directas, no tuvo tiempo de estudiar la diferencia entre lo que creía referéndum para la autodeterminación de Andalucía, lo que era una consulta para acceder a la vía rápida de asunción de competencias autonómicas, ni tampoco ha tenido a bien leerse, ni puede que le importe conocer, que la misma Constitución consagra que el ejercicio del derecho a la libertad de expresión no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.

Tiene Iglesias vocación de la voz que clama en las calles, en remedo de un Bautista de nuestros tiempos, que nos anuncia una nueva era en la que los ciudadanos vivirán y pensarán encorsetados por sus proclamas al más puro estilo marxista leninista, o asimilando el talante populista bolivariano al que tanto él, como su entorno han venido ensalzando. Su planteamiento pasa por eliminar sin prisas, pero sin pausas los medios privados, hasta llegar adueñarse de la conciencia del pueblo a través del BOE y las publicaciones que surjan de éste. Expresión de la ideología de ese partido único que trata de imponer como instrumento para la toma de poder absoluto, que termine cercenando, no solamente los medios de comunicación y la consiguiente libertad de expresión, sino también los poderes del Estado unificando el legislativo, el ejecutivo y el judicial, como han venido haciendo en la historia reciente todos aquellos partidos de ideología populista y totalitaria.

Iglesias se viste de Pravda, verdad en el idioma de Dostoievski en una ironía más del destino, como lo podría haber hecho de Granma, órgano oficial de expresión del partido comunista cubano, o del franquista Arriba, e incluso del Das Reich nazi bajo la batuta de Goebbels. Todos le valen mientras pueda utilizarlos en exclusiva y sin competencia. Su paso por los programas de debate del holding Atresmedia con presentadores a la medida, y su propio espacio en La Tuerka, de financiación iraní, en el que ejerce además de conductor, hacen que su pretensión sea acabar con un programa de larga duración al estilo del Aló Presidente de Chávez, en el que se explaye en consignas y proclamas para mayor gloria de su rancia ideología del que se sabe un epistemólogo frustrado.