Se ha celebrado hace unos días, como cada año, el día mundial del teatro. Y eso me ha traído a la mente la reconstrucción del Gran Teatro de Elche (antes Kursaal) en aquel lejano 1996. Hace ya nada menos que veinte años. Por estas fechas fue cuando lo terminamos, aunque se inauguraría meses mas tarde.

Comenzaré por decir que la idea de conservar el teatro de Elche no era mayoritaria en aquel Ayuntamiento presidido por el alcalde Manuel Rodríguez. La idea dominante era la construcción de un Auditorio en uno de los primeros sectores de desarrollo de la ciudad. Frente a esto, se planteó apostar por el centro histórico y, aunque la Corporación disponía ya de otro proyecto de ejecución para la construcción de un nuevo teatro, se propuso la conservación de nuestro Gran Teatro. El planteamiento conservacionista, la oposición, y el convencimiento de la Corporación se motivaron por las opiniones de los entonces arquitectos municipales Gaspar Jaén, y Julio Sagasta (que fue quien llevó la supervisión y marcó con sus ideas el proyecto). Puestos de común acuerdo esbozaron el planteamiento de mantener el teatro. Y con estas ideas me invitaron a proponer junto a mi tío Tomás un anteproyecto de conservación del teatro existente.

De entrada, he de decir que se planteó remodelar el espacio del patio de butacas para cerrar la herradura italiana con un segundo piso. Esto se debía a la desproporción del único piso existente y al hecho de que el acabado de la planta superior resultaba manifiestamente incorrecto. Las escaleras también estaban mal situadas y tenían inclinaciones no asumibles por la normativa vigente. Y la entrada no correspondía en dimensiones a las necesidades de magnificencia de este espacio. Hubo que cortar unas vigas roblonadas, reforzar los pilares y crear un foyer de entrada a doble altura que diera prestancia a esa pieza. Estas reflexiones permitieron establecer un primer anteproyecto que se presentó al Ayuntamiento obteniendo la aprobación general.

Durante la realización del proyecto se sugirió la posibilidad de hacer más grande el escenario. Esto obligaba a desmontar la boca del escenario y recrearla de nuevo, ganando metros para el espacio escénico y agrandando la abertura de la propia boca. El escenario disponía de un telar de madera que no cumplía expectativas para un teatro moderno. Tuvimos que rehacerlo dotándolo de las varas necesarias para configurar un espacio escénico remozado, dándole altura para poder instalar un telón cortafuegos que en caso de necesidad impidiera el corrimiento del fuego al patio de butacas. Con todo ello se trazó el proyecto definitivo que fue aprobado por el Ayuntamiento. Y se ejecutó la obra con un nuevo alcalde, Diego Maciá, que prosiguió la política iniciada por su antecesor. Por cierto, cuando trasladamos el plano que contenía la boca del escenario a su nueva ubicación nos encontramos una cimentación que indicaba que originariamente el escenario se encontraba en la situación que hoy ocupa.

El teatro es pues no solo un ejercicio profesional por mi parte, sino un resumen de las ideas que tuve que incorporar al asomarme a ese mundo para mí nuevo, cual era la construcción de un teatro. Quiero recordar aquí la sensibilidad de mi tío Tomás Martínez Blasco que trabajó en todo junto a mí y que contribuyó de manera magistral a los detalles de acabado y sobre todo a la elección de los colores y a la reproducción del telón y las bambalinas que se encontraban en pésimo estado. Cuando me sugirió pintar de verde el teatro me quede paralizado. No había visto nunca un teatro verde y además con el rojo que habíamos pensado para las butacas no parecía la mejor combinación. Sin embargo, cuando fue matizando con cremas el molduraje, las esculturas de bulto y los bajorrelieves, el teatro pareció cobrar nueva vida. He de decir que la impresión visual definitiva ganó extraordinariamente.

Otro aspecto que hoy quiero resaltar es que en esa época la preocupación económica, junto a la estética, era central en la obra pública. El coste de la restauración del Gran Teatro se aproximó a los cuatrocientos millones de pesetas (dos millones cuatrocientos mil euros). Creo que sería interesante que el Ayuntamiento instaurara un organismo que se encargara de vigilar la rentabilidad de la obra ejecutada ya que entiendo resulta importante rentabilizar socialmente las obras públicas hasta que alcancen un óptimo en su funcionamiento y empleo.

Para terminar he de decir que el Gran Teatro fue una buena obra. Y diré que la arquitectura es buena cuando trasciende la labor del arquitecto y se convierte en una obra colectiva que representa los anhelos de una sociedad.