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Queríamos ver la 19 edición de los Premios Max de teatro. Pero queríamos verla en directo, mientras ésta tiene lugar en el Circo Price de Madrid. No va a haber suerte. Un año más, la señal nos llegará con un retardo de casi tres horas. Más que suficientes para habernos enterado de los ganadores a través de las redes sociales. Es difícil para un teatrero, en una noche semejante, sabiendo lo que está ocurriendo, desconectarse de todo y de todos con tal de permanecer inmune al palmarés. ¿Quién puede resistirse a pinchar una edición digital de cualquier medio para conocer los titulares de la noche? Más que nada, y esa es la segunda parte, porque los últimos premiados con los Max se verán en pantalla, si todo va fluido, pasada la una y media de la madrugada. Y no todo el mundo puede permitirse el lujo de quedarse frente a la pantalla hasta tan tarde.

¿Tal difícil era que La 2 suprimiera ese lunes su documental de las 9 de la noche y su película de los años 40 del siglo pasado en La 2? Con esta (mala) práctica, la televisión pública establece un juego del sí pero no. Si quieren emitir los Premios Max, si quieren apoyar las artes escénicas, háganlo. Pero bien. Si quieren implicarse de verdad con el mundo del teatro y de la danza, respeten el horario de emisión de las dos grandes ceremonias de entrega de premios anuales, los Max del mes de abril y los Premios Ceres, desde Mérida, el mes de agosto.

¿Qué ocurriría si los Max entrasen en directo? ¿Se perdería un punto de «share»? ¿Y qué? ¿Para qué estamos, entonces? ¿Dónde queda la labor de la televisión pública como ventana que difunde lo que está pasando, también en el terreno cultural? Reflexionen los responsables. Y rectifiquen en lo sucesivo.

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