Han transcurrido miles de años desde que se celebraron las últimas elecciones generales en España y, sin embargo, parece que fue ayer. Qué cercanas las siento; qué entrañables, históricas, trascendentales, ilusionantes y diferentes nos las vendieron los magos del engaño. Todo iba a cambiar. Tanto es así, que incluso muchos y muchas de los que votaron aires revolucionarios lo hicieron pensando que España sufriría una transformación mayor que la producida por la Revolución Rusa de 1917. Si hacen memoria, se repetían todos los ingredientes de la Historia cien años después. Vean: un viejo Zar en horas bajas abducido por varios «Rasputines»; un ambicioso Kérenski guiñándole el ojo al Lenin del siglo XXI convencido de poder controlarlo; el astuto Vladimir escoltado por un barbilampiño Trotski; y, finalmente, la gran esperanza blanca, nadie. ¿Estaba Rasputín? Estaba, pero virtualmente. Paradojas de la Historia, al lascivo pope lo asesinaron antes un grupo de aristócratas comandados por Félix Yusúpov, el príncipe de la ambigüedad. Entonces, como ahora, vemos que no cotizan al alza los comportamientos anfibológicos, y menos en política. ¿Quién es quién en esta recreación histórica? Resuélvanlo ustedes dos cuanto no tengan nada mejor que hacer. Por ejemplo, después de leer el artículo.

Ahora, tras el tiempo perdido por nuestros héroes discutiendo de sillones, cargos y subvenciones, los mismos y las mismas que iban a cambiar la sociedad no se ponen de acuerdo y amenazan de nuevo con las urnas. Creen que el populacho anda ayuno de democracia participativa y le quieren dar dos tazas más de madurez. Pero cuidado, como el pueblo se empache de tanta democracia no les quepa duda de que vendrán los de siempre -no son casta joven, son lo mismo- para administrarle una dosis de aceite de ricino y demostrar los depurativos beneficios de la purga de Benito? Mussolini. De ahí que tanto usaran la milagrosa receta los «Camicie Nere» italianos. Porque cuando se habla de depuraciones hay quienes se encuentran como en su casa? la de 1919, me refiero, de la que nunca se han mudado. Sería deseable que en caso de volver a votar, la campaña se reduzca a la mínima expresión: en vez de meses, horas. El pueblo ya ha escuchado lo que tenían que decirle: nada, o peor, lo mismo de siempre. Pero conviene que no pierdan de vista algunas realidades que con descaro habitual han reiterado los nuevos centuriones de la democracia horizontal, asamblearia y circular, aunque suene a oxímoron. Desde Canarias hasta Cataluña, pasando por Madrid, hemos conocido esta semana relatos que no pueden dejar indiferente a quienes aman la libertad y la democracia.

Meri Pita, diputada de Podemos por Las Palmas, quiere echar al Ejército de Canarias para convertir al archipiélago en «Zona de Paz». Y como ejemplo histórico a seguir -no había encontrado otro mejor- nos habla de la neutralidad de las Islas Samoa, que igual ni sabe dónde están. Pero si por casualidad, solo por casualidad, algún país extranjero y cercano, demócrata y antimilitarista de toda la vida, amigo y defensor del pueblo Saharaui, les pagara unas vacaciones en Canarias a sus soldados pertrechados estos con su arsenal militar y luego resultara que ya no se quieren ir de allí, en ese caso, y a falta de ejército propio, seguro que Meri Pita tendría un plan alternativo, irse ella. No puede ser verdad que todo esto sea verdad. Pero lo es. Por ejemplo, al otro lado de la doliente y estupefacta España, en Barcelona, otra amiga del Ejército, Ada Colau, no quiere que el Ayuntamiento celebre actos el día de la Constitución mientras se volcó en conmemorar el 85 aniversario de la Segunda República. En la línea de fuego militar, el concejal de la CUP Josep Garganté dijo, «fuego a la Constitución española», lo que demuestra que tienen conocimientos bélicos. Seamos coherentes, si aluden a que esta Constitución no la habían votado los menores de 56 años, ¿cuántos españoles hoy vivos, incluidos los catalanes, votaron la República?

Por fin, en Madrid (por cierto, cuando hablan de Madrid, de su jacobismo mesetario, es lo único que los nuevos exégetas de la Historia no quieren que se herede de la Revolución Francesa ni de la rusa, santuarios del centralismo más feroz (no confundir, pese a la obvia tentación, con el «centralismo democrático», paso obligado para llegar al paraíso), digo, el príncipe de las ideas, paladín de la regeneración ética y defensor artúrico de la verdadera democracia, el epistemólogo que confunde obras de Kant, Pablo Iglesias (el otro), arremetía este jueves contra la prensa ante las carcajadas de un auditorio universitario propio del coliseo romano. Con todo lo que simbolizaba Pablo de amor a la libertad de prensa, a su independencia, lo más turbador fue su inquietante frase «les veo con cara de miedo por primera vez a los periodistas». Así es, el miedo tiene que cambiar de bando; una vez conseguido se puede pasar a la fase del terror. Porque no otra cosa que terror produce que Iglesias definiera a Arnaldo Otegi como un hombre de paz; «sin personas como Arnaldo Otegi no habría paz». Me gustaría conocer la opinión de cerca de mil personas que no la pueden dar porque están en el cementerio contra su voluntad. Piensen en las próximas elecciones, ya saben más cosas.