Tragedias como la que vive Ecuador no son nuevas. Con cierta rutina, nos hemos acostumbrado a terremotos e inundaciones, ciclones y tsunamis, hambrunas, huracanes y todo tipo de catástrofes, si bien en los últimos años su intensidad y especialmente sus dramáticas consecuencias sobre millones de personas y en decenas de países permiten que veamos con claridad cristalina cómo su impacto es mayor cuanto más pobre y miserable es el territorio que lo sufre. Éste es un matemático axioma que funciona con precisión geométrica a la hora de llevarse por delante la vida de personas y dañar regiones enteras, pero cuya aplicación no tiene nada de caprichoso, sino que es el fruto de procesos humanos deliberados cuyo resultado genera lo que podríamos llamar catástrofes de clase.

Efectivamente, cada catástrofe es un excelente indicador de la situación social y política de cada país, así como de su grado de desarrollo, pero particularmente de las condiciones de vida de los más desposeídos. Y ello coloca a los pobres ante un caprichoso privilegio, uno de los pocos que tendrán a lo largo de sus desdichadas existencias: el ser víctimas predilectas de estos siniestros, protagonistas privilegiados de cada catástrofe.

Por ello, aunque puedan ser naturales los orígenes de muchos desastres, no lo son en absoluto sus efectos, sino que tienen con frecuencia una responsabilidad humana al mantener a poblaciones empobrecidas en situación de vulnerabilidad ante el riesgo de catástrofes. También es una decisión humana el desmantelar las políticas de ayuda al desarrollo y particularmente la ayuda humanitaria, como ha hecho el Gobierno de Rajoy a lo largo de sus cuatro años de mandato. De esta forma, España tiene el dudoso «mérito» de haber protagonizado el mayor recorte en la historia de la ayuda al desarrollo en el mundo en menos tiempo, hasta reducirla a la irrelevancia con un 0,1% del PIB. Y en el mismo sentido, debido al recorte de un 81% de la ayuda humanitaria, España es de los países occidentales con menos recursos para hacer frente a las trágicas catástrofes que se suceden cada año, a los más de 30 conflictos armados o a la crisis de refugiados y desplazados que protagonizan más de 59 millones de personas en el mundo.

La magnitud de los daños causados, la enorme pérdida de vidas humanas y el grado de destrucción de buena parte de las catástrofes que se han vivido en los últimos años han llevado a la comunidad internacional de donantes a analizar con detalle las ayudas que se dan para tratar de extraer valiosas lecciones y mejorar las respuestas, algo que tomó fuerza tras el tsunami que asoló el sudeste asiático en diciembre de 2004. Así, el Informe de Síntesis de la Coalición de Evaluación del Tsunami recoge en sus conclusiones la importancia de que la población afectada tenga capacidad para decidir e intervenir en las prioridades, respuestas y necesidades que se den tras la fase de socorro, evitando situaciones que se suceden con demasiada frecuencia en la emergencia ante catástrofes: ayuda inadecuada, falta de consulta a los beneficiarios junto a competencia entre agencias de ayuda y ONG. Por ello se han implantado estándares de calidad en la respuesta humanitaria, como los Principios en la Buena Donación Humanitaria.

También la comunidad internacional ha reflexionado a fondo sobre el papel de las ONG en catástrofes de alto perfil y dimensiones extraordinarias, tratando de evitar lo que sucedió tras el terremoto de Haití de 2010, cuando desembarcaron unas 1.400 ONG en su mayor parte sin experiencia anterior en el terreno y cuyo papel generó numerosos problemas de toda índole. Por ello, se ha determinado que ante grandes catástrofes solo intervengan aquellas ONG que tengan capacidad de intervención acreditada, experiencia en el país, junto a una vinculación activa con la población sobre la que actúen, avanzándose cada vez más hacia la creación de consorcios especializados de ONG que trabajan estrechamente con la población y los gobiernos locales.

También los medios de comunicación tienen un papel decisivo en las tragedias humanitarias a la hora de evitar respuestas emocionales así como informaciones sensacionalistas y acríticas que multiplican estereotipos dañinos para dar las ayudas humanitarias más efectivas. Pero además, como se ha podido comprobar por Naciones Unidas, la cobertura de los medios de comunicación en una catástrofe es determinante para impulsar la financiación y generosidad, tanto oficial como de los ciudadanos, de manera que aquellas emergencias humanitarias que desaparecen de los medios de comunicación son rápidamente olvidadas por la sociedad.

Son muchos los esfuerzos necesarios para reducir el daño y el sufrimiento tras cada catástrofe y por ello precisamente debemos tomar conciencia de la importancia de canalizarlos de la manera más adecuada.

@carlosgomezgil