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La Feria de Abril y sus verdades

Anuncian los «Amigos de Nimes» para el próximo 1 de mayo una jornada de convivencia en Calasparra junto al torero Francisco José Palazón. Gastronomía, flamenco y toreo para compartir con los aficionados, otro acto más en favor de la afición de esta tertulia. Va despertando el ambiente taurino en Alicante, mientras en Sevilla y en todo el mundillo de la tauromaquia reverberan los ecos de la pasada Feria de Abril, entre jurados que andan fallando sus premios y el empresario que se deja oír con sus números. Dice Ramón Valencia que esta ha resultado la feria más cara de la historia del coso maestrante, que los números no cuadran, y apunta directamente al elevado alquiler del inmueble. Vieja historia esta que pone a los maestrantes, dueños de la joya arquitectónica, de malos malísimos por llevarse -dicen- hasta el veinticinco por cien de lo que entra por taquilla. El veto que los primeros del escalafón llevaron a cabo en 2014 y 2015 ya se debió a eso. Y todo sigue igual. Ya veremos si en esta ocasión hay alguna consecuencia nueva.

Los mismos ecos nos traen los últimos triunfos abrileños. Rafaelillo otra vez con los Miuras, algo que denota el extraordinario momento profesional del murciano. Y no es solo lidia peleona la suya, no, que también es capaz de pausarse y hacer el toreo muy despacito. Tiempo empieza a ser ya de que se le reconozca. Todo ante una miurada algo ramplona. Y Puerta del Príncipe para Juan José Padilla con los Fuente Ymbro, que aunque no alcanzaron cotas como en 2015, se movieron y favorecieron el espectáculo. La salida a hombros de Padilla admite pocos análisis técnicos y objetivos. Es un torero que se entrega sin matices, da todo lo que tiene, se va dos veces a porta gayola ante ese portón que tanto asusta... Este éxito supone casi una recompensa vital: el toro le devuelve lo que el toro le ha hecho sufrir.

Y mientras, los jurados van otorgando sus galardones. Los hay en alto número y variado matiz, pero digamos que recogen, amén del triunfo de Padilla, como mejores faenas las de Morante de la Puebla y Paco Ureña, alguna mención a la estocada de Rafaelillo, y en el apartado ganadero, Victorino Martín y su «Cobradiezmos» se llevan sin duda todas las distinciones, como no podía ser de otra manera.

Y una vez sentidos los ecos, leídas las webs y redes sociales, conocidos los premios, escuchados los programas de radio... no deja de sorprender que no aparezca el nombre de Manzanares por ningún lado. Dos orejas se llevó (una y una) la tarde del 14 de abril. Se ha repetido en cierta medida la misma historia (también con toros de Cuvillo) de 2015. Han resultado dos triunfos amargos que, lejos de espolear su carrera, han marcado un interrogante. La espada redentora le ha permitido sumar orejas, pero ha quedado el poso de qué hubiera hecho con ese lote el Manzanares radiante, rotundo, clarividente, de aquel trienio maravilloso 2011-2013. El toreo no es solo sumar pases y firmar con estocadas fulminantes. No es solo cortar orejas. Eso lo hacen otros. El público espera siempre el estado de gracia, la conjunción, la tarde maravillosa, y no parece el alicantino vivir un estado anímico propicio. El primer astado de Cuvillo que lidió el jueves 14 embestía como sueñan los toreros. Y el quinto...

Pero a Manzanares se le espera, porque se sabe de su capacidad. Le sigue esperando la afición de Sevilla, que lleva dos años dándole palmaditas en la espalda y ya le perdonó el desaire de 2014. Le esperan sus seguidores incondicionales, dentro y fuera de Alicante, que le admiran, le entienden y le protegen pase lo que pase. Y Manzanares volverá. Madrid aguarda con las garras afiladas, como casi siempre. Porque, entre más fobias que filias, allí también le esperan.

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