Rugió el terruño como hace cuando quiere hacer daño. Pero la madre naturaleza no entiende de sus habitantes. Se mueve y se compone a base de sus propios quejíos. Cuando se abre la tierra, y se despereza, las personas observamos qué pequeñitas somos. Qué indefensas estamos ante la propia naturaleza de la que somos parte. Como seres muy superiores pero a la vez muy débiles.

Viajé a ese maravilloso país de Ecuador de la mano de amigo el Doctor Alfonso Puchades. Allí estuvimos con el obispo español, Eugenio Arellano. En Esmeraldas, donde ha golpeado la brutal respuesta de la tierra, se configura un paisaje plenamente joven, selvático. Unas playas deliciosas y unas gentes muy queridas. Nunca fui mejor recibido que allí. Entendí lo que significa la hospitalidad, porque cuando te acercas a la pobreza, te das cuenta de que la gente lo comparte todo. Esa cultura del abrazo y del compartir, a pesar del insuficiente alimento o de la miseria más absoluta, te reconforta con la especie humana. Claro que la gente quiere a la gente.

En esa zona del país, el mestizaje se abre paso. Es como la naturaleza, viva y diversa. Muchas personas negras que son los descendientes de una ola de esclavitud que hizo parada en aquella maravillosa tierra. La naturaleza brota en cada rincón como brota la naturaleza humana. Porque uno solo ve niños por todas partes. Es esa la riqueza de los pobres. No se puede criticar desde este mundo acomodado la proliferación de churumbeles. Para esa gente maravillosa de Ecuador, el ciclo vital de sus hijos es el mismo ciclo vital de la vida. No están pensando en la comodidad, porque ellos entienden la fecundidad como don de vida. Como don de alegría.

La desesperanza habrá hecho camino entre tanta pobreza. La lucha de esa tierra por mejorar sus infraestructuras, con agua potable, electricidad y servicios básicos, era primordial. Se había avanzado muchísimo y el turismo se abría paso en esas playas cada vez más conectadas con las demás regiones. La rotura de la tierra los ha devuelto a la casilla de salida. Una vez más, la razón misma de la sinrazón, se abre paso. Los pobres son más dañados cuando las desgracias acampan. Es un axioma que se repite siempre.

Pero ante tanta desgracia, y tanta desesperanza, la vida continúa. Han sido muchas las inundaciones que han asolado aquellas tierras. Y la gente, paciente, doliente y sonriente, ha salido adelante. Su dolor no es inferior al nuestro. Simplemente que lo asumen de otra manera. Su relación con la naturaleza les hace más cercanos a la realidad de la vida y la muerte. Nuestras sociedades avanzadas rehuyen la muerte como realidad. Las sociedades rurales comulgan diariamente con la inexorable muerte de sus animales, de sus cosechas, de sus parientes. Somos más débiles en Europa porque no entendemos nuestro matrimonio con la muerte. Y eso nos hace más quejosos ante las inoportunidades.

Nadie puede dejar de visitar ese maravilloso país que es Ecuador. País hermano donde los haya. Acá, en nuestra tierra, son muchos los ecuatorianos que hicieron su vida. Que están compartiendo con nosotros trabajo y esperanza. Que envían a sus familiares el sudor de su trabajo. Que comparte con nosotros su cultura, que es la nuestra, y nos enriquecen. Todo será poco para ayudarles. Cualquier Gobierno que se precie deberá habilitar una línea de ayudas para que sus males sean en parte mitigados.

Si de verdad creemos en la solidaridad entre pueblos, estos son los momentos para retratarse. Claro que aquí hay mucha gente pasándolo mal, pero la realidad diaria de esa sociedad no es esta. Estamos hablando de rescatar a las personas, no de los bancos, sino de su miseria más absoluta. Compartir es amar. Si realmente estamos dispuestos a entender que la vida es compartir, entonces Ecuador es una prioridad. Cada vez que una desgracia amanece en un pueblo pobre, el pueblo hermano debe estar a su lado. Menos golpes de pecho y más amor. Y el amor es compartir. Lo demás son milongas baratas. Y compartir es renunciar a algo de lo nuestro para que otros lo disfruten. Ecuador sufre, y nosotros somos sus hermanos.