No creo que ustedes estén, hoy domingo, estruendoso día de truenos, para muchas lecturas, ni líricas, ni prosaicas ni mediopensionistas. Lo más seguro es que a los que no les gusta el ruido, estén a buen recaudo en cualquier lugar remoto y a los que les gusta estarán la mar de contentos entre nubes de pólvora, vapores de beatífico plis-play y una dulce melopea de alegría y buen rollo. De modo que hoy creo que es uno de esos días en que este pobrecito escribidor corre menos riesgo que nunca de ser pillado en flagrante gazapo o en majadería sin precedentes. Loado sea Sant Jordi.

Alcoy vive enredado en un bucle. El año en Alcoy es una sucesión de hechos que se repiten con puntualidad ordenancista, pulcritud matemática y rigor algebraico. Mucho me recuerda Alcoy a la famosa película de la marmota en la que un periodista está condenado a vivir el mismo día una y otra vez. Llevo quince años viendo la misma aparición de Sant Jordi, la misma botadura del cartel, los mismos comentarios, las mismas burlas, los mismos cabos de escuadra de envidiable dentadura, los mismos nalgatorios de señoritas de buen ver y mejor palpar. Delicia de boatos. Llevo quince años aferrado a esta cachonda locura de alfanjes, turbantes y armaduras al sol. Bendita paranoia.

De pronto, sin saber cómo, la enramada aparece como por generación espontánea sobre nuestras cabezas. El castillo parece como si se reprodujera por esporas. Y con la misma fantasmal prontitud desaparecen hasta que vuelven a aparecer y todo queda diluido en un rastro de confeti volandero y estampas de las filaes a merced de la lluvia. El encanto de la fiesta estriba en las tremendas expectativas depositadas en ella que son directamente proporcionales al brutal desencanto cuando acaban. Queda en el semblante de la parroquia un rictus de indefinible tristeza, resacón de órdago a la grande y una vuelta a la realidad en la que la patente de corso se esfuma irremisiblemente ¡Como si no estuvieran al caer las próximas, que no hay solución de continuidad, que todo pasa en un suspiro, en un parpadeo?! O a mí me lo parece. Y nos pasamos varios meses sacándonos papelines de las faltriqueras, de la bolsa escrotal, de todos los rincones, que hay veces que se me han juntado en la mariconera el confeti de dos años. Los reconozco por lo lacio y desleído de unos y el lustre y el color vivo de los otros. Cuánta verdad y cuanta mentira en la fiesta. Sacamos por San Nicolás al niño que somos y sustituimos al caballo de madera por uno piafante y con babas. Ponemos la batalla, la historia y la histeria al servicio de nuestra enternecedora vanagloria. Soldados de humo y paja que somos durante tres días, cuando el resto dependemos de un mono azul o de una corbata. Que viva el embeleco. No perdamos la perspectiva. Centrémonos en lo que toca. Vivamos el momento y entonemos un carpe diem como una catedral. Vengan mozas y jolgorio, mozos y aspavientos, bruma y niebla, vasos de tubo y litronas vacías en los quicios de las ventanas que mañana ayunaremos.

No es Sant Jordi, copón, no es tradición, ni remembranza, ni auto sacramental, ni pagano, ni leches. Son las puñeteras ganas de vivir de este pueblo alucinante, de salir del marasmo de la vulgaridad y la monotonía, de remozarse, de renacerse. Es la celebración de esa primavera constante, el asombro y el agradecimiento de seguir vivos, coleando y meneando con más o menos gracia, una espada de mentira sobre la cabeza. Es la alegría del primer hombre sobre la tierra cuando fue consciente de que alzarse, abrir los ojos, mirar al horizonte y al cielo eran motivos más que suficientes para sentirse razonablemente feliz o fieramente agradecido.

Pompa, circunstancia y boatos aparte, muy felices fiestas a todos, que tarde en llegar el día del descanso, uno de los días (estarán conmigo) más domingueramente desoladores y deprimentes de Alcoy y que visca Sant Jordi.