Una vez más no me resisto a utilizar una frase hecha para dar título a una reflexión inspirada en la actualidad y sus reflejos en los medios de comunicación más asequibles. La frase viene a cuento de la decisión municipal de acometer toda una serie de «mejoras», en la escena urbana de la villa de Benidorm y que han motivado mis recelos y preocupación al ver las prisas que les entran a los munícipes y sus asesores cuando de intentar contentar a la clientela se trata.

A mí me gustaría hacerles reflexionar sobre algo que resulta tan evidente que no creo que admita discusión: El Benidorm actual funciona, es una ciudad modelo para todos aquellos que estudian el desarrollo del turismo y el urbanismo con él relacionado, ha sido innumerables veces intentada de copiar sin que lo haya conseguido ninguna otra y todo ello, ¿por qué? Muy sencillo, porque «se parió» con sentido común y visión de futuro.

Porque aquella corporación municipal presidida por Pedro Zaragoza y bajo su impulso, tantas veces aplaudido con toda justicia, que puso sobre la mesa el Plan General de Ordenación Urbana, pionero en España acorde con la recién aprobada Ley del Suelo, cuya gestación culminó con la última modificación en los últimos cincuenta del siglo pasado y que acometió la aventura de imaginar una ciudad capaz de aguantar, sin necesidad de retoques importantes, durante más de sesenta años.

Porque aquel Benidorm, su alcalde y sus concejales, con el auxilio de técnicos visionarios, fueron capaces de vislumbrar, entre olivos, arenales y algarrobos, avenidas de cuarenta metros de anchas, como no se habían imaginado en ninguna de las ciudades de su entorno.

Y se pensó en una ciudad que fuera polo de atracción de unas corrientes de viajeros que ya empezaban a vislumbrarse al incrementarse el ansia de viajar para disfrutar de escenarios y vida diferentes de los habituales a los que empezaban a disponer de tiempo y medios para gozar de lo que se empezó a bautizar como turismo de masas. Y ese fue el mayor éxito de Benidorm y de su planificación. La anticipación. La visión de futuro. La programación sin escatimar espacios ni esfuerzos.

Por eso ahora me atemorizan las prisas de querer poner parches a la ciudad para contentar, siempre a medias, a unos u otros cuando lo aconsejable sería el estudio sosegado y la planificación meditada y serena para conseguir adaptar este Benidorm, que todavía suscita la envidia de muchos, a ese otro con mejores niveles de comodidad, de facilidad de uso y de mejora urbanística. O ¿es que vamos a seguir haciendo inventos como el carril bici, las zonas azules de quita y pon o las semipeatonales que son auténticas muestras del quiero y no puedo?

No hay prisa. No hace falta correr. Lo que hace falta es meditar y planificar con ambición. Con sentido común. Con visión de futuro.

Si Pedro Zaragoza y sus concejales y su pueblo hubieran sido víctimas de unas urgencias e imprevisiones similares, Benidorm hubiera tenido que rehacerse cada cuatro o cinco años y, sin embargo, aquí está lleno de vida y atractivo.