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Jorge Fauró

La tasa turística

Algo le ocurre a la izquierda para con el sector turístico que cada vez que ocupa el Gobierno de la Generalitat Valenciana, la lía. Saltándose la máxima de que no hay que tocar lo que funciona si funciona bien, recuerdo aquel conseller socialista de Joan Lerma de comienzos de la década de 1990, Andrés García Reche, y su lugarteniente en la Agencia Valenciana del Turismo, Eduardo Fayos, intentando agrupar a todas las marcas turísticas valencianas bajo el nombre de «Mediterrània», una ocurrencia condenada al fracaso que, de facto, enterraba en la letra pequeña de las promociones los nombres de Benidorm y Costa Blanca. Con el Partido Popular, la cosa no fue mucho mejor. Desde que Roc Gregori o Matías Pérez Such dejaron de gestionar el turismo valenciano, el principal activo del PIB autonómico se ha venido tratando desde Valencia como si se interpretara una astracanada, al nombrar responsables máximos de la cosa a una exalcaldesa de interior, Milagrosa Martínez («El presidente [Camps] me llamó y me dijo: que sepas que te acabo de nombrar consellera de Turismo. Y yo le dije: presidente, ¿tú sabes lo que has hecho? No por nada, pero yo de turismo...»), o a una exconcejala de Benidorm, Angélica Such, cuya gestión acabó por ser intrascendente. Ambas han acabado como acusadas en la trama Gürtel. Aquella ocurrencia lermista fracasó por dos razones: era innecesaria y careció del obligado consenso con el sector. El Ejecutivo de Ximo Puig proyecta incluir la tasa turística en su próxima reforma tributaria. El globo sonda se lanza nuevamente sin sentarse a dialogar con empresarios y sindicatos. Somos una provincia receptiva y, a pesar del cada vez mayor poder de internet, el mercado vacacional de la provincia depende aún de los tour operadores, una especie dispuesta a luchar a cara de perro si le plantean subir los precios a sus clientes aunque sea un euro al día. Siempre bajo la amenaza de llevarse los paquetes vacacionales a otros destinos, los hoteleros deberían repercutir directamente la tasa al cliente en un sector tan competitivo que apenas puede subir sus precios. El interés recaudatorio de la tasa, motivado por el despilfarro de la hucha autonómica bajo gobiernos del PP y que ahora se intenta enjugar, merece, al menos, sentarse a hablar con todos los actores del negocio turístico. No podemos hacer bueno el aserto de Balzac: «Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia».

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