La llegada cada año del 23 de abril, San Jorge, nos vincula indefectiblemente a las fiestas de Moros y Cristianos por la relevancia que tiene el personaje en sí y los testimonios fidedignos de la celebración de estos festejos en Alcoy, el símbolo por excelencia de los mismos aunque ahora haya muchísimas localidades hasta alejadas de nuestros límites que las realizan con enorme brillantez.

La provincia de Alicante tiene un amplio calendario a lo largo de todo el año que las ve nacer en Sax por su patrono San Blas, con el inicio de febrero, para concluir en Monforte del Cid cuando la Inmaculada.

Pero la capital alcoyana tiene la suerte de contar con una obra, Célebre Centuria, escrita por Vicente Carbonell en 1672 que narra, según una longeva tradición, la milagrosa presencia de un caballero que el 23 de abril de 1276, al atacar Alcoy el caudillo moro Al-Azraq, propició con su actuación, en el llamado por tal motivo barranco de la Batalla, la derrota musulmana, siendo tenido por San Jorge, decidiéndose conmemorar desde entonces, en esa fecha y en su honor, tan extraordinario suceso de la siguiente manera:

«En cuyo día se hace una regocijada Procesión, ilustrándola una compañía de Cristianos Moros y de Católicos Cristianos, cuyo Alférez es el que elige el Justicia y éste el que nombra el Capitán de los Moros. Por la vuelta de la Procesión lleva el Justicia el estandarte mayor de la villa, y de los cordones los demás Oficiales. En la tarde se hacen algunos ardides de guerra, dividiendo la compañía en dos tropas, componiendo la una los Cristianos y la otra los Moros, que sujetos a lecciones de milicia, se están belicosamente arcabuceando; encaminándose tanto bullicio en honra y culto de nuestro famoso patrón San Jorge».

El abogado e historiador Adolfo Salvá y Ballester, que moriría en 1941 en su localidad natal, Callosa d´Ensarrià, dejó inédito un libro escrito en valenciano el año 1939 -Bosqueig històric y bibliogràfic de les festes de Moros i Cristians-, que el Instituto de Estudios Alicantinos publicó por vez primera en 1958. Con esta obra, que ya resulta un clásico, podíamos hacernos idea de la impronta de estos festejos seculares. Pero, tantas décadas después, el auge adquirido y los cambios experimentados han sido tales que le resultaría difícil al autor reconocer las fiestas de hogaño que sabemos nacieron por estas latitudes.

En el año 2000 la Agencia Valenciana del Turismo me encargó los textos de una publicación sobre los Moros y Cristianos en la Comunidad Valenciana. En los mismos, hablando de los orígenes, manifestaba que, si a lo largo del siglo XIII tiene lugar la reconquista a los árabes de los territorios del antiguo Reino de Valencia que habían invadido cinco centurias atrás, empezaron muy pronto a ser conmemoradas esas victorias cristianas con simulacros de los enfrentamientos bélicos.

A partir del siglo XVI, según el historiador Miguel Ángel González Hernández, se encuentran datos precisos sobre los «alardos» de Alcoy (1568) y Villena (1586) donde unos arcabuceros disparaban sus armas al aire en homenaje a sus patronos durante las procesiones en las que eran sacados.

En esta misma centuria aparece citada expresamente la primigenia fiesta de Moros y Cristianos en Orihuela (1579), València (1586) y Alicante (1599) con documentos que demuestran su consolidación pues un escritor tan famoso como Lope de Vega fue excepcional cronista de las celebradas en Dénia entre el 8 y el 16 de febrero de 1599 con unas trescientas personas llegadas desde Alicante para representarlas ante el Rey Felipe III que visitaba la villa.

Ya en el siglo XVII se encuentran datos referidos a Bocairent y Petrer pero será a partir del XVIII cuando en las grandes poblaciones se popularizarán las llamadas «soldadescas» que, al espectáculo de la pólvora de los arcabuces, añadían el desfile de tropas simuladas los días de fiesta y no necesariamente acompañando a la procesión religiosa. En 1715 hubo en Alicante un simulacro de desembarco moro, con asalto a un castillo cristiano de madera y diálogo entre representantes de ambos bandos, las primeras «embajadas» de las que se tiene constancia documental.

Es en el siglo XIX cuando adquieren una configuración muy similar a la actual para convertirse en un festejo formalmente organizado. Más de una veintena de municipios valencianos los crearán entonces.

Desde la segunda mitad del XX el auge experimentado por los Moros y Cristianos ha sido espectacular en buena parte de la Comunidad Valenciana, extendiéndose también a territorios limítrofes que ya contaban con algún municipio de profunda tradición, caso, fundamentalmente, de la provincia de Albacete (sobre todo Caudete desde 1588) y la región de Murcia donde en Abanilla se conmemoran desde la segunda mitad del siglo XVII y en Caravaca son de Interés Turístico Internacional, como en Alcoy y Villajoyosa. En ambas poblaciones de esta vecina región son en honor de la Santísima y Vera Cruz.

La invasión árabe, que nos dejó un singular e imborrable poso de cultura, ocupó la inmensa mayoría de la Península Ibérica y es en buena parte de ella e incluso en el lejano archipiélago canario donde se celebran festejos que conmemoran aquellos lances bélicos que jalonaron tantos y tantos lugares de castillos medievales erguidos en riscos, cimas y peñascos de difícil acceso pero buenas perspectivas para detectar al enemigo.

Sin ánimo de ser exhaustivo y no queriendo se molesten los festeros de diversos municipios alicantinos por no nombrarlos, son más de medio centenar con fiestas de Moros y Cristianos, sí deseo explicar sobre todo a los profanos algunas peculiaridades de estos festejos seculares que son esencia de nuestro pueblo y ejemplo de convivencia de clases, credos y también razas ya que no se desprecia a nadie y menos al Islam.

La víspera del inicio de la fiesta se suele celebrar en muchos lugares una cena de hermandad conocida como la nit de l'olla por ser la «olleta de montaña» el plato típico que se consume; en la valenciana Bocairent, muy cerca de las emblemáticas Alcoy y Bañeres, recibe el nombre de nit de les caixes porque se homenajea antes de cenar y a golpes de tambor («caixa» en valenciano) al patrón San Blas que protegió a la población en 1632 ante una epidemia de difteria.

Precisamente, también Bocairent con Benejama, Sax, Castalla, Elda o Petrer, al igual que Biar y Villena que lo comparten, popularizaron un muñeco llamado «la Mahoma» del que han hecho desaparecer todo posible vestigio de signo despreciativo hacia la religión musulmana o incluso lo han eliminado sin más del programa de fiestas.

Poblaciones costeras como Villajoyosa, El Campello y Benidorm realizan al alba espectaculares desembarcos moros en sus playas donde luchan con las huestes cristianas.

Bañeres rinde homenaje a sus muertos en un acto muy emotivo donde cada fester acude al cementerio a disparar sus arcabuces al aire delante de donde reposan los restos de sus seres queridos en señal de recuerdo y honra a su memoria.

Pionera en embajadas modernas es Onil que hace un baile de banderas mientras Orihuela, con testimonios documentales a partir de 1400, efectúa en la Fiesta de la Reconquista el «Sermón del Pájaro» que narra la toma de la ciudad y tiene un personaje muy especial, la «Armengola», nodriza del rey moro al que traicionó, decantándose por el bando cristiano.

Cuando en la provincia de Valencia son alrededor de sesenta las localidades que celebran estos festejos, curiosamente en Castellón apenas han arraigado y sólo cabe destacar Peñíscola en cuya playa y castillo del papa Luna se rodaron escenas de la película alegórica El Cid, viviéndose los desfiles en un marco espectacular.

Sí que se vienen prodigando en el este de Andalucía, llevándose la palma Almería y Granada con varias decenas de pueblos y ciudades. Cáceres las celebra también ahora, por San Jorge.

En diez municipios gallegos se realizan en la actualidad aunque antaño lo hicieron en unos treinta. Al parecer el origen está en la conmemoración de la batalla de Clavijo que tuvo lugar en 844 en esa población de La Rioja. La explicación del vínculo con las tierras gallegas tiene similitudes con San Jorge y Alcoy, En este caso cuenta la tradición que fue el apóstol Santiago el que se apareció al rey asturiano Ramiro I y su intercesión fue vital para ganarle la batalla a los árabes y de ahí la vinculación de Galicia.

Por muy alejada quiero concluir con la población de Barlovento, en la isla canaria de La Palma, donde se conmemora, con simulacros de enfrentamientos entre moros y cristianos, la batalla de Lepanto. Al parecer ya en 1571, cuando tuvo lugar este combate naval, se celebraron estos festejos que son Bien de Interés Cultural desde 2009 y se desarrollan el 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, pero únicamente en los años terminados en 0, 3, 5 y 8.

Podríamos hablar también de festejos de este tipo en otros lugares, no muchos, de las Baleares, Aragón o Cataluña donde únicamente las celebra Lleida pero los ejemplos han bastado para mostrar la expansión y vigencia, a menudo desde muchos siglos atrás, de unas fiestas magníficas que perdurarán en el tiempo porque son esencia de un pueblo que nadie, en su nombre que no en su voluntad, puede arrebatar.