El próximo 23 de abril es día de luto y de celebración. De recuerdo y de reconocimiento y se ha ligado, tradicionalmente, al aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare, dos genios globales de excelencia literaria compartida. En el caso de Shakespeare, y como sucedió con su nacimiento, apenas hay documentos que den información fiable sobre la causa de su muerte. La única tradición de que disponemos para conocer más sobre los detalles de la muerte de Shakespeare es la que William Ward menciona en 1662 y según la cual Shakespeare moriría de fiebre, como consecuencia de la abundante bebida consumida en compañía de Michael Drayton y Ben Jonson. Tampoco disponemos de muchos más datos sobre la patobiografía de Cervantes y las causas que pudieron haber originado su muerte (malaria, diabetes, insuficiencia cardíaca?).

Lo que si nos consta es que Cervantes tenía una agudizada conciencia y particular preocupación por la inminencia de su final en la tierra que le llevó a prepararse como buen cristiano para una buena y santa muerte. Por ello unas dos semanas antes de morir se hizo miembro de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, que sufragaría los gastos del sepelio, siendo consciente de que su final estaba cerca, tal y como confiesa en la dedicatoria al conde Lemos en el Persiles: «Puesto ya el pie en el estribo,/ con las ansias de la muerte,/ gran señor, ésta te escribo».

Ha sido recientemente cuando, y en relación a la muerte de ambos autores, la identificación de los restos de Cervantes, y también los de Shakespeare, ha suscitado un tan inesperado como sorprendente interés mediático y social que ha llevado a una inusitada expectación respecto a las excavaciones que, del primero, se han llevado a cabo en el Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid. Es como si Madrid quisiese emular a Stratford para encontrar la tumba con los restos del escritor español. Se puede decir que, a la vista de toda la información de carácter histórico, arqueológico y antropológico disponible, entre los fragmentos de la reducción localizada en el suelo de la cripta de la iglesia se encontrarían algunos pertenecientes a Miguel de Cervantes sin que se pueda llegar a precisar cuáles de ellos serían en concreto los suyos.

A pesar de la maldición que pesa sobre quien intente remover los restos de la tumba de Shakespeare, y según reza el epitafio, se ha llevado a cabo recientemente una excavación para saber si su cráneo reposa en dicha tumba, o si, por el contrario, habría sido robado, como sostiene una tradición. El proyecto de investigación que dio comienzo en 2010, ha estado dirigido por Kevin Colls de la Universidad de Staffordshire, quien, con su equipo, ha realizado un estudio de la cripta mediante la refracción de ondas emitidas por radar, llegando a la conclusión de que el cráneo de Shakespeare habría sido removido; lo cual todavía necesita de una confirmación científica definitiva.

Pero lo realmente significativo a este respeto, y más allá del episodio de sus muertes, es el proceso de mitificación y glorificación que se dio inmediatamente después. Fue durante de la Restauración cuando Shakespeare adquirió su condición de escritor universal y de mito. Donde quizás y más claramente se muestra este afán mitificador en Inglaterra es en el episodio del jubileo nacional de 1769, organizado por el célebre actor David Garrick en Stratford upon Avon, convirtiéndose así en lugar de peregrinación al ser el santuario que albergaba los restos del gran maestro Shakespeare, siendo el evento que recapitula y condensa la transformación de Shakespeare en icono de la lengua, de la literatura y de la cultura inglesa.

Esto fue el comienzo de una nueva forma de ver y entender a Shakespeare que llegaría hasta el siglo XX, como se puede apreciar también en críticos y escritores españoles de la época, como es el caso de Benito Pérez Galdós, quien al referirse en La casa de Shakespeare a su visita a la ciudad natal del escritor inglés, se pronuncia en los siguientes términos: «Por fin, en septiembre último pisé el suelo, que no vacilo en llamar sagrado, donde están la cuna y sepulcro del gran poeta?». El texto habla por sí solo de la profunda veneración del autor español para con el bardo inglés que se expresa a través de un registro marcadamente religioso.

Nos encontramos con una actitud semejante en la obra crítica de Anfós Par y Luis Astrana Marín, quien titula Vida inmortal de William Shakespeare, la biografía que escribió sobre el escritor inglés, y donde la consideración de la condición especial de la existencia de Shakespeare prevalece al otorgársele una aureola de eternidad que va más allá de los límites de lo humano. Si bien es cierto que este endiosamiento y mitificación en el caso de Miguel de Cervantes no ha sido no tan radical y exagerado, se puede encontrar un tratamiento semejante en la monumental Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, compuesta de siete tomos y también escrita por Luis Astrana Marín.

Sin embargo, y sobre todo, hay que destacar, dentro de un marco de creciente globalización, cómo estos autores han contribuido a mantener un trasiego cultural y literario que va más allá de ideologías y partidismos. Tanto Cervantes como Shakespeare fueron precursores de una cultura abierta y moderna que ha servido de instrumento fundamental para el intercambio ideológico y cultural más allá de las restricciones geográficas correspondientes. Hoy nuestra cultura no se entiende sin ellos. Se han convertido en iconos culturales dentro de un mundo globalizado poniéndose, una vez más, de manifiesto que ni ellos ni su obra son of an age, but for all time!