¡Qué engañosa es la duración del tiempo! Una hora siempre son 60 minutos, pero qué corta se nos hace esa hora si estamos disfrutando de buena compañía, de agradable ambiente, de divertida conversación y qué larga, sin embargo, puede ser una hora en momentos de tragedia, de incertidumbre, de malestar€

En la Historia también el tiempo es diferente: hay un tiempo que apenas cambia, que dura incluso milenios. Es el tiempo de las estructuras más profundamente enraizadas en la mentalidad humana: la superstición, la religión, el fatalismo. Es un tiempo casi inmóvil, que trascurre prácticamente inmutable generación tras generación. Cuando escribí hace unos días sobre la magia de Altamira, refiriéndome a lo que se cree pudo ser motivo de sus extraordinarias pinturas, explicaba que el hombre primitivo había llegado a la conclusión de que la imagen de los animales eran un doble de los animales reales, que conseguiría someter a su propia voluntad. Y no nos riamos, pues es ésta una idea de la cual podemos observar ciertos paralelismos con nuestra actual sociedad. Cuántas veces, por ejemplo, decimos «No quisiera estar allí ni pintado». Con esta frase está sobreentendida la idea de cierta unión entre nosotros y nuestra imagen, como si aquella imagen fuese parte de nosotros mismos, un doble nuestro. ¿Acaso llevar una fotografía de los seres queridos no los acerca a nosotros? Igual que, como en algunos casos, nos resulta desagradable el enterarnos de que una fotografía nuestra haya podido ir a parar a manos de alguien con quien no simpatizamos. ¿Y qué decir de ciertos ritos supersticiosos con fetiches que aún continúan realizándose en nuestra u otras culturas o de cuando al retrato de alguien no grato jóvenes y no tan jóvenes le pinchan o emborronan los ojos, como si esos agravios influyesen en la imaginada identidad del retrato con su original? El origen de todo ello hay que ir a buscarlo en las cavernas decoradas hace 30.000 o 25.000 años, que son magnitudes de tiempo muy difíciles de considerar, teniendo en cuenta que la llamada Historia escrita comenzó «sólo» hace unos cinco mil años. Únicamente recurriendo a simplificaciones extremas podríamos percibir el significado de las dimensiones que el tiempo abarca. Por ejemplo, se ha calculado que la vida apareció sobre nuestro planeta hace algo más de mil quinientos millones de años, una vida primero de seres invisibles a simple vista que ni siquiera se hubiera podido deducir si eran plantas o animales, que después dieron paso paulatinamente a organismos mayores y complejos: algas, medusas, conchas, peces, reptiles, pájaros, elefantes€ Y hace un millón de años aparecieron los humanos. Pero ¿tenemos idea lo que significa un millón de años? ¿Y cuál es su relación con esos mil quinientos millones de años desde el principio de la vida? Para comprenderlo equiparemos los mil quinientos millones de años a la duración de un día, veinticuatro horas, entonces el equivalente de un millón de años sería simplemente cincuenta y siete segundos, poco menos de un minuto. Y si ese millón de años de lo que se da en llamar Prehistoria lo comparamos a su vez con los cinco mil años de la Historia escrita, suponiendo que el millón de años equivaliesen a veinticuatro horas, cinco mil años serían solo los últimos siete minutos de ese hipotético día. Utilicemos otro ejemplo: aceptando que a nivel mundial la vida media de las personas es de setenta años, la Prehistoria equivaldría a sesenta y nueve años y doscientos treinta y ocho días de esa vida, siendo solo los últimos ciento veintisiete días, poco más de cuatro meses, lo que ocuparía la Historia.

Dentro del tiempo casi inmóvil al que nos estamos refiriendo también están las religiones. No hay que confundir la magia con la religión. En la magia el hombre se dirige a las fuerzas de la naturaleza como si se tratasen de seres vivos que intenta plegar a sus deseos. La religión se proyecta hasta el más allá para contemplar lo infinito y lo absoluto, con la aparición además del culto a los muertos. El ser humano fue adquiriendo sentido religioso conforme evolucionó su capacidad de pensar en abstracto. Es la misma evolución que experimentamos como personas, desde la niñez a la etapa adulta. Pero como el tema religioso es demasiado amplio y complejo, lo trataré en otra ocasión.

Un segundo tiempo de la Historia es el tiempo de las civilizaciones, los imperios, las naciones. Un tiempo también amplio, pero más rápido que el primero, su duración abarca desde unos cuantos miles de años a algunos siglos: Mesopotamia, Egipto, China, Persia, Grecia, Roma, fueron culturas cuya influencia aún pervive en bastantes aspectos. Y después naciones centenarias creadoras a su vez de imperios como España en el siglo XVI, Gran Bretaña en el siglo XVII, Francia en el siglo XIX, Alemania desde mediados del siglo XIX, con el monstruoso epílogo del nazismo ya en el siglo XX€ Con la particularidad que su duración en el tiempo cada vez se fue acortando en comparación con lo anterior. Recordemos que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, el actual «imperio» fue en 1776, hace solo 240 años.

Y un tercer tiempo de la Historia es nuestro propio tiempo personal, individual, que tan rápido pasa, que tan breve y efímero es. Y ello es causa de tantos y tantos conflictos, pues se quieren resolver problemas que necesitan de la prudencia y el sosiego para solucionarlos adecuadamente y no desde la rapidez de nuestras limitaciones vitales. Porque si hay accidentes y tragedias que exigen pronta actuación, los principales problemas que atañen a la Humanidad solo se remediarán con el diálogo reflexivo y el desarrollo de todas las capacidades positivas que nos distinguen como seres humanos. Ante ellos la utilización adecuada del tiempo es, sobre todo, progreso, vida y paz.