Tatiana, Carmen y Cristina han sido las víctimas del terrorismo machista este mes de abril en el breve espacio de seis días. Desde enero ya han sido asesinadas 28 mujeres en España. Y tras cada asesinato se siguen repitiendo las concentraciones de repulsa y minutos de silencio, cada vez con mayor resignación o quizá casi con indiferencia, como un trámite más que hay que cumplir, algo mecánico. Parece algo ya obligado, al menos para las instituciones, mostrar el rechazo a esta violencia extrema. Eso (que es un logro del movimiento feminista) es importante, pero ¿viene acompañado de una conciencia crítica? ¿Somos conscientes de que todas y cada una de las asesinadas son los efectos más extremos que certifican la existencia de un sistema opresor para las mujeres que se manifiesta de múltiples formas? La respuesta no es fácil porque es, a la vez, negativa y afirmativa.

Conocer este sistema opresor, ser conscientes de su vigencia y empeñarse en desactivarlo es lo que hace el feminismo. En este sentido, el sistema se defiende y no es extraño ver, por ejemplo, en las concentraciones a las que aludía, a quienes luego no solo aceptan acríticamente este sistema sino que hacen todo lo posible por defenderlo denostando al feminismo y a quienes así nos consideramos. Pero eso no es nuevo. Y es la respuesta negativa. Tener esa conciencia crítica y defenderla no es algo cómodo, sino todo lo contrario. Incluso puede llegar a dar miedo, por lo que en muchas, demasiadas ocasiones, se opta por el silencio, por mirar a otro lado, por huir.

Pero frente a esa huida del miedo cada vez hay más mujeres que le plantan cara. Mujeres que han decidido defenderse, como María o Susana, que se enfrentan al sistema judicial para proteger a sus hijas. O como Jessica o Marina, para protegerse a sí mismas. Mujeres que a base de experimentar la violencia en sus vidas han cobrado conciencia de su opresión y se han dado cuenta de que el suyo no era un caso aislado, sino que todas compartimos esa opresión. Eso hace que no podamos mirar hacia otro lado, que no veamos a esas mujeres como otras, porque en el otro lado no hay otras, sino nosotras mismas. Y esta es la respuesta afirmativa. Cada vez somos más las que somos conscientes de esa opresión y, en consecuencia, cada vez somos más quienes nos empeñamos en liberarnos de ella. Y aunque es difícil, incómodo y peligroso, el hecho de ser más, de ser un «nosotras» hace que cada vez tengamos menos miedo. Y eso nos hace más fuertes y nos hace ser más. Y ese nosotras tiene una enorme potencia. Lo sabemos, cada vez más.