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Profecías

Creo que ya he hablado aquí en otras ocasiones sobre escritores profetas, escritores cuyas novelas, andando el tiempo, dejan de ser ficción para convertirse en una realidad inverosímil, chusca, absurda y tremenda.

George Orwell escribió en 1949, «1984», una novela en la que se vaticinan los horrores de una futuro poco menos que apocalíptico. Al gran dictador se le conocía por el nombre de «Gran Hermano», el ojo que todo lo ve. El gran hermano era el sistema diseñado por unos pocos y los ciudadanos una nebulosa sin criterio, un bulto, una masa aborregada al servicio de ese sistema. Estaba naciendo la intuición, la profecía de un mundo distópico. Un mundo laxo, sin espíritu revolucionario. Una sociedad adocenada que admite sin mayores planteamientos el abuso y la mentira, donde no cabe la disidencia y donde dos y dos son cinco si las altas esferas así lo deciden. Ese futuro ya está aquí. Corregido y aumentado. No debiera ser utópica una sociedad libre, con ciudadanos libres. Ciudadanos con una sólida formación que defendieran hasta la extenuación, libres de miedos, que dos y dos son cuatro porque la razón es la más poderosa arma contra la dictadura. La rebelión ya es una entelequia, el sueño de una noche orteguiana.

Hace unos días, la plaza del Callao y la puerta del Sol de Madrid se llenaron de manifestantes con pancartas y nobles ideales. Manda huevos. Los cientos de revolucionarios ciudadanos se echaron a la calle para intentar conseguir que un participante de un reality show ganara el concurso. Casualmente o no tan casualmente, el programa en cuestión lleva el nombre del protagonista virtual de la novela de Orwell: «Gran Hermano». Y digo no tan casualmente porque para mí tengo que esta estupidización de la gente, está perfectamente orquestada. Es la conjura del poder para convertirnos en necios, porque una sociedad enferma y necia es fácilmente manejable. Esta es la prueba. El efecto hipnótico y sedante de la televisión y demás medios genera los monstruos de la mendacidad capaces de movilizarse para reivindicar idioteces. En tiempos en que el infierno está tras las alambradas llamando a las puertas de Europa, en que la inmoralidad y la indecencia visten de Armani, en que se nos induce al suicidio cuando nos echan de casa a patadas, en que al desgobierno le importamos una mierda y no acaban de ponerse de acuerdo de a quién le corresponde saquearnos, en que la indignación debiera clamar al cielo y mantenernos en la calle día y noche pidiendo la paz, el pan, la justicia y la palabra, nos manifestamos por un programa de la telemierda. La conjura ha dado sus frutos. La profecía se ha cumplido.

No olvidemos nunca, es la única esperanza que nos queda, que dos y dos son cuatro.

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